Los olvidados de las fiestas

Conciencia ciudadana

Como siempre, lo más importante y los más  importantes son lo menos recordados en las fiestas de fin de año, en las que solemos adoptar actitudes de falso interés por el prójimo al que el resto del año olvidamos. Uno de esos olvidos fue, sin lugar a dudas, el de los migrantes;  grupo de la  mayor importancia no solo de nuestros días, sino desde tiempos bíblicos y de gran importancia  para las fiestas de fin de año.
    Pero, ¿dónde reside la  importancia de los migrantes para la Navidad y el Año Nuevo?  En primer lugar, porque en el momento de venir al  mundo Jesús no se encontraba en su hogar,  situado en el lejano pueblo de Nazaret, porque el motivo de que se sus padres se encontraran en Belén tenía como origen el censo que el gobierno romano había ordenado a todos los habitantes del Imperio, para lo cual todos debían trasladarse a sus lugares de origen, aún cuando llevaran años viviendo en otra población.
    Además, cuentan los Evangelios que unos días más tarde, la familia de Jesús tuvo que hacer otro viaje lejos de  Judea;  pero ésta vez no por obligaciones públicas,  sino por motivos políticos, pues al rey Herodes se le metió en la cabeza que los Reyes de Oriente habían viajado desde sus países para adorar a un nuevo rey y que por lo tanto, Jesús constituía “un peligro para Judea”, pedacito del planeta dejado a su cargo por el imperialismo romano, por lo que ordenó la célebre matanza de niños judíos nacidos durante ese año, a la que providencialmente, pudo escapar el  niño Jesús cuando sus padres huyeron hacia Egipto.
    Ya como migrante, son pocos los datos que se tienen de Jesús, pero seguramente  su suerte fue la de la mayoría de los niños que desde entonces tienen que marchar a tierras lejanas para salvar su vida; tal y como los niños hondureños, salvadoreños o guatemaltecos lo tuvieron que hacer el año pasado  cruzando por México hacia Estados Unidos, para ser, como el niño Jesús,  arrancados  literalmente de las garras de la  muerte por  la decisión de sus padres de sacarlo de su propio país sin que las autoridades civiles o religiosas haya hecho nada por salvarlos.
    Del mismo modo, quiero imaginar que igual que ellos, Jesús María y José –seguramente acompañados por otros viajeros- tuvieron la fortuna de encontrar  a las “madres del camino” como les llaman a las mujeres que en México auxilian a los desesperados migrantes, arrojándoles al paso del ferrocarril donde viajan agua y alimentos para su supervivencia, pues sin el auxilio de gentes como ellas, no hubiera sido posible su supervivencia. 
    Tal vez el recuerdo de ese éxodo de su infancia hizo a Jesús sensible con los “peregrinos”  a los que menciona cuando predica las virtudes de un verdadero creyente; pues para él, creyente no es aquel que se da golpes de pecho en el templo, sino quien “da de comer al hambriento, beber al sediento y cobijo al peregrino” o, quien detiene sus pasos frente a un ser humano en problemas para salvarle la vida y protegerle de cualquier amenaza que se le presente.
    Así pues, la migración constituye un componente esencial del relato cristiano que desafortunadamente se olvida cuando de recordar las tradiciones se trata. La cristiandad actual, olvidada de sus orígenes humildes se entrega durante las celebraciones navideñas al consumismo más desaforado, destinando millones de dólares a las compras más inútiles y banales, mientras millones de seres humanos en todo el mundo, pero en especial en África, Asia Menor y Latinoamérica, escenifican una de las más grandes movilizaciones de la historia de la humanidad  hacia las opulentas naciones “cristianas” de Occidente, quienes ponen toda clase de barreras a los hombres, mujeres y niños que pugnan por entrar a sus territorios como única salida contra la pobreza, el desempleo y  hasta la muerte a la que se encuentran destinados de permanecer en  sus países de origen.
    Los gobernantes de los países que durante estos días promueven planetariamente una idea muy particular de la tradición navideña miran con indiferencia a la humanidad peregrina impidiendo a toda costa que las olas migrantes ingresen a sus territorio  obligando, además, a otros países como  México, a detener a quienes huyen de sus países de origen,  sin pensar siquiera que su propia cultura cristiana  interpela su maldad.
Pero su alma es de piedra y aunque dediquen gran parte de su tiempo a aparecer en los medios  en escenarios de ensueño y rodeados de niños sonrientes, bien abrigados y cebados, lo cierto es que poco puede esperarse de ellos para hacer del mundo un lugar menos cruel e indiferente para quienes lejos de su hogar, solos y abandonados, sólo reclaman un lugar que les ofrezca la paz, el progreso y la libertad a la que todos los seres humanos tienen derecho.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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