No ha habido referencias al Brexit, el elefante en la habitación que marcará los próximos pasos de la Unión, decidida a avanzar en seguridad y defensa –lo único para lo que hay consenso—, y con grandes planes (tan grandes como quizá poco realistas) en el resto de agendas, en las que se ven más las diferencias que los acuerdos.
Desde la caída del Muro, el centro geográfico de Europa se ha situado en los lugares más variopintos: un mercado lituano, una granja francesa, un pequeño pueblo belga, la campiña bávara. Ayer, el centro de la Unión Europea volvió a Roma: los líderes europeos eligieron la misma sala del bellísimo Palacio de los Conservadores, en el Campidoglio, en la que se firmó el Tratado fundacional de la UE para conmemorar el 60º aniversario.
Los hechos son siempre menos fascinantes que las expectativas: los fastos incluyen discursos sentidos –y largos—, alguna que otra saeta de primera magnitud y mucha, mucha pompa.
Los 27 jefes de Estado y primeros ministros, ya sin el díscolo Reino Unido, han firmado una declaración solemne que termina exactamente igual que se cerraba la declaración en la que celebraron los 50 años: “Europa es nuestro futuro común”. En medio, una década de crisis que ha fracturado la Unión de Este a Oeste (por la crisis de refugiados), de Norte a Sur (con la crisis del euro) y sobre todo alargado la distancia entre ambos lados del Canal. Reino Unido se va, y su primera ministra, Theresa May, no asistió al acto.
Los líderes han hecho un llamamiento a la unidad de la Europa de los 27. Han alertado del “desapego” de la ciudadanía con Europa, según el presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani. Y han arremetido contra las “tensiones nacionalistas”, según el anfitrión, el primer ministro italiano Paolo Gentiloni; contra los riesgos de una Europa cada vez más dividida en asuntos como la migración, la economía, el terrorismo y con el desafío que genera el auge de partidos populistas, ha añadido en un brillante discurso el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.