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LOS JUBILADOS

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LOS JUBILADOS

FAMILIA POLÍTICA

Jubilar: en el lenguaje coloquial “desechar algo por inútil”

RAE (tercera acepción)

La Real Academia Española define la acción de jubilar como “Disponer que, por razón de vejez, largos servicios o imposibilidad y generalmente con derecho a pensión, cese un funcionario civil en el ejercicio de su carrera o destino”. También define este verbo como: “Dispensar a alguien por razón de su edad o decrepitud, de ejercicio o cuidados que practicaba o le incumbían”. 

Los que somos profesores e hijos de profesores, solemos recordar que, al inicio de nuestra larga trayectoria laboral, recién salidos de la Escuela Normal, a manera de juego macabro visualizábamos un futuro lejano, en el cual, como el mítico tesoro al final del arcoíris, estaría un exiguo cheque mensual, sin la obligación de desquitarlo en las aulas; así lo hacían nuestros padres y maestros. Aquí entra otra definición del verbo: “Jubilar: de jubileo, festividad celebrada cada cincuenta años, porque la jubilación se daba tras cincuenta años de servicio”.

Permítaseme compartir una anécdota que me ocurrió como Delegado del ISSSTE en la entidad: A iniciativa del sindicato correspondiente, presidí una reunión con jubilados de las diferentes dependencias del Instituto. Por afinidad burocrática, por identificación laboral, por historia compartida… la empatía fortalecía nuestros nexos. Yo les decía “mis queridos viejecitos” y los hacía partícipes de todas las atenciones que las personas mayores merecen, por la simple razón de serlo. Aclaro que, en ese momento, por mi mente no atravesaba la idea de engrosar las filas de quienes eran mis interlocutores, para pasar a ser uno más de ellos. La circunstancia es determinante: pocos días después de esa reunión, me vi obligado a presentar mi renuncia y aprovechar la situación para jubilarme, ya que reunía todos los requisitos de ley. Así, en corto lapso, reflexioné una vez más en el viejo proverbio: “Como te ves, me ví; como me veo, te verás”. Recordé también aquella respuesta que Lalo González, “El Piporro”, en su personaje El Abuelo Ye Yé, daba a la pregunta de uno de sus nietos: -Abuelo: ¿Es feo llegar a viejo?  -Sí, pero es más feo no llegar.

Reitero: toda mi vida laboral estuvo dentro del sector público, el privado lo desconozco a fondo, aunque las condiciones jurídicas, políticas y sociales son similares. En los últimos tiempos, el arribo de nuevas oleadas juveniles a todas las esferas de la administración pública y de los poderes legislativo y judicial, hace que quien no comparte generacionalmente los espacios en el trabajo sea visto, en el mejor de los casos, como un respetable extraterrestre cargado de anacrónicos conocimientos; en el peor, como un dinosaurio, estorboso e ignorante, incapaz de mover una tecla en la computadora o en el teléfono celular, sabiendo exactamente para qué. 

Aquéllos “chavos” que interiorizaron sólidos principios familiares, nos ven como vejestorios inútiles, pero dignos de respeto; para otros, en cambio, somos “cartuchos quemados”, más estorbosos e inútiles que los viejos muebles de las oficinas de ayer.

Después de treinta o más años de servicio, las pensiones que por jubilación recibimos, van de paupérrimas a más o menos decorosas; ninguna tiene el nivel de un servidor público en activo, con una categoría aceptable. Además, los medicamentos tienen precios prohibitivos, por lo excesivamente caros y las instituciones de asistencia social, seguramente no los tienen. La única esperanza de un jubilado, es servir a la sociedad con todas las fuerzas que le quedan y conservar la dignidad para no morir dando lástimas, solamente acompañado de sus enfermedades y de su propia soledad. Los hijos… los hijos escriben su propia historia.

Para algunos, muy pocos, sería indigno quejarnos. El sistema, hasta ahora, nos da la oportunidad de sobrevivir, sin necesidad de asistir como “carne de cañón” para engrosar el capital político de los líderes (generalmente también jubilados) que desde sus dirigencias sindicales se atrincheran para buscar sitiales de poder, bajo un estricto régimen de culto a la personalidad.