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LOS HIJOS DE SÁNCHEZ

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LOS HIJOS DE SÁNCHEZ

FAMILIA POLÍTICA

En 1964, el escritor norteamericano Oscar Lewis, publicó vía Fondo de Cultura Económica, el libro cuyo título coincide con el de este artículo. Aunque muchos críticos y comentaristas lo mencionaron como una novela, en realidad fue un estudio sociológico que se nutrió en una serie de entrevistas en el barrio de Tepito, del entonces Distrito Federal. Los interlocutores fueron integrantes de la familia Sánchez, paupérrimos migrantes del campo a la ciudad.

“Este libro trata de una familia pobre de la ciudad de México: Jesús Sánchez, el padre, de cincuenta años de edad y sus cuatro hijos: Manuel, de treinta y dos años; Roberto, de veintinueve; Consuelo, de veintisiete; y Marta, de veinticinco. Me propongo ofrecer al lector una visión desde adentro de la vida familiar y de lo que significa crecer en un hogar de una sola habitación, en uno de los barrios bajos ubicados en el centro de una gran ciudad latinoamericana que atraviesa por un proceso de rápido cambio social y económico”. Escribió el autor en su nota introductoria a la segunda edición.

En febrero de 1965, el Licenciado Luis Castillo Morlet, Director del FCE, en una conferencia que organizara la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, condenó la obra por obscena y denigrante para nuestra Patria. Los asistentes, a nombre de la SMGE decidieron consignar al autor, a la obra y a la editorial. Evidentemente, aunque causó mucho ruido, la acción penal no prosperó porque habría sido un golpe terrible a la libertad de expresión.

Muchos años después y bajo diferente perspectiva, me permito exponer mi modesta opinión en relación con la evolución y la repercusión que causa el mismo fenómeno (aunque en sentido contrario) en esta Pachuca, de nuestros entrañables amores.

A partir del gran temblor de septiembre de 1985 se inició un importante (aunque aparentemente pequeño) fenómeno migratorio. Ciudades ubicadas en la periferia de la acrópolis comenzaron a recibir contra su voluntad, o sin ella, éxodos de nuevas familias que iban con el propósito de asentarse permanentemente en lugares como Querétaro, Puebla, Cuernavaca, Toluca… Deliberadamente omito a Pachuca, porque gracias a la fama de su viento y clima veleidoso, parecía poco atractiva a los ojos de quienes pretendían dejar la Ciudad de México, para asentarse en ambientes urbanos menos proclives a los sismos. En ese tiempo, yo comentaba a mis amigos en Querétaro, al compartir animadas pláticas de café, en las que siete de cada diez contertulios éramos originarios de otras entidades: “Los queretanos en Querétaro, son una especie en extinción”.

En Sociología, como en otras disciplinas, no hay fecha que no se cumpla. Así, el destino nos alcanzó en la mismísima Bella Airosa, la cual, por razones de determinismo geográfico, la vocación de su crecimiento es hacia el Sur y Suroeste. En los últimos años, los pachuqueños de siempre (que yo ya lo soy) hemos visto sin sorpresa, reproducirse como hongos nuevos fraccionamientos y fraccionamientos dentro de fraccionamientos. Bajo el proyecto ancla de modernas plazas comerciales, comunidades pertenecientes a municipios aledaños sufren la invasión de jurisdicciones que muy poco tienen que ver con su historia, usos y costumbres. La profanación territorial que sentimos, quienes detrás de las bardas adivinamos el crecimiento de una dinámica hostil que recuerda la letra de nuestro himno nacional: “Más, si osare un extraño enemigo…” Claro, los advenedizos no son enemigos, aunque a veces se comportan como tales. Parapetados tras sus muros y protegidos por la invulnerabilidad de casetas y policías privadas (igualmente desconocidas), se sienten con pleno derecho de agredir, vilipendiar, segregar, ofender y hasta “correr” de sus casas propias o rentadas, a quienes tienen a sus familias asentadas en Hidalgo desde hace muchas generaciones y que por diversas razones viven temporalmente en una de esas comunidades “modernas”.

Para la voraz marabunta no existe respetabilidad familiar ni manera de solucionar potenciales conflictos recurriendo al diálogo y la tolerancia. El abuso, la fuerza colectiva, aun precaria, hace que las leyes pasen a segundo término y que los administradores de los fraccionamientos se erijan como máximas autoridades para permitir todo tipo de abusos (fiestas, borracheras, escándalos, riñas…) para que toda persona “non grata” simplemente se vaya, porque las agresiones directas e indirectas están a la orden del día. En estos lugares, las condiciones económicas y culturales se presumen mucho mejores que las de sus lejanos pioneros que partieron del campo a la ciudad.  

La realidad no es así. Las fuentes de conflicto no se han ido, agravadas por circunstancias como: escasez de agua, seguridad pública deficiente, fallas en el transporte y recolección de basura… pueden ser detonantes sociales en cualquier momento. El pasado está presente. Los hijos de los hijos de Sánchez cambiaron de estatus y de domicilio, pero están ahí.