LOS GRADOS DE LA INFAMIA

Conciencia Ciudadana

Antígona: “Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aún cuando no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo yo le llamo ganancia. Porque quien como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mi no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras, puede ser que ante un loco me vea culpable de una locura” (Sófocles: Antígona; 465-470).
Javier Valdez Cárdenas se llamaba el periodista caído la semana pasada en el cumplimiento de su deber, sin que esto signifique que sea el último en ser abatido por el narcotráfico, pues en la misma semana el crimen ya se ha cobrado al menos una nueva víctima.
Si el gobierno mantiene la misma actitud con la que ha operando hasta ahora frente a la pandemia criminal que hace víctimas a periodistas, millares de seres humanos más seguirán siendo agredidos por el crimen organizado y la impunidad con que éste actúa.
Javier Valdez Cárdenas  informó sobre la criminalidad del narcotráfico desde una perspectiva diferente a la que se ha impuesto a la opinión pública, interpretando el fenómeno desde una perspectiva mendaz  en la que las autoridades enfrentan a los narcos argumentando que  constituyen una especie de sociedad aparte dedicada a envenenar a la humanidad, mientras que las fuerzas del bien, agrupadas en las instituciones públicas  se empeñan en destruir malvados sin importar el costo y los sacrificios requeridos.
Esa manera de entender el problema del narcotráfico se ha convertido en el eje discursivo del estado mexicano de los gobiernos de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. Por los resultados obtenidos durante más de una década, puede decirse, sin lugar a dudas, que no solo  ha sido equivocada, sino letal para la sociedad mexicana en su conjunto y amenazante para la sobrevivencia misma de la nación.
Siendo un evidente fracaso, la guerra contra el crimen organizado, ha costado ya más de 150 mil  muertos y 20 mil desaparecidos, amén de un número semejante de desplazados de sus lugares de origen así como el desmantelamiento del orden institucional en muchas regiones del país, por lo que  los gobiernos de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, durante los cuales se ha desarrollado la estrategia guerrerista, quedarán marcados por esa mancha indeleblemente y tendrán, tarde o temprano, que dar cuentas de sus responsabilidades ante la historia.  
Javier Valdez, el periodista sinaloense asesinado la semana pasada en Culiacán, supo explicar el fenómeno de la guerra desde el drama de orden moral, psicológico y social vivido por los familiares de las “víctimas colaterales”, ignorado por una estrategia judicial delirante donde estos personajes han terminado por convertirse también en víctimas ante la apatía y la complicidad oficial de algunas autoridades.  
Al asesinar a un periodista crítico como Javier Valdez se comete una infamia en tercer grado: La   original, es el asesinato sufrido en personas que, inmiscuidas o no en el crimen organizado, son víctimas de los delincuentes y los operativos de las autoridades. El segundo grado de infamia la padecen los familiares de las víctimas  quienes, al buscar con desesperación el esclarecimiento de del fallecimiento o desaparición de sus seres queridos, no solo  se enfrentan a  una sistemática muralla de indiferencia oficial que parece intentar desalentarlos de su propósito sino,  hasta con  la posible pérdida de su propia vida; el tercer grado de violencia se ceba sobre los periodistas y activistas  asesinados por denunciar los hechos y dar testimonio de ellos a la sociedad sin tener relación directa con las víctimas ni sus familiares;  siendo presionados, amenazados y hasta asesinados por sicarios anónimos a quienes jamás (no hay ni un solo caso en que haya sucedido) los alcance la mano de la justicia. Triple grado de infamia es la violencia ejercida contra quien, sin deberla ni temerla, en un acto de dignidad y valentía, de responsabilidad social y amor a su tarea, denuncia el crimen a sabiendas que puede ser alcanzado también por su mano sangrienta y, peor aún,  saber que  tampoco  habrá justicia por su desaparición.
Por haber demostrando el maridaje entre los delincuentes y el sistema que, lejos de combatirlos los prohíja y solapa, Javier Valdez fue ejecutado; pero de continuar este drama sin fin, quién sabe a qué tantos periodistas, luchadores sociales, estudiantes, maestros o familiares más en busca de la verdad sobre sus seres queridos,  les espera convertirse en  víctimas de esta nueva modalidad criminal que ya no sólo se ceba sobre sus víctimas originales, sino en quienes guardan su memoria y exigen justicia para ellas.
Como en la tragedia griega citada al principio de esta intervención, el causante de estas muertes infamantes es aquél  que tiene el poder suficiente no sólo para ordenar la ejecución de sus opositores, sino además,  hasta la de su doliente hermana  (Antígona) que, cumpliendo con la ley del amor, se juega la vida al sepultar a su ser querido contraviniendo la ley del tirano; convirtiéndose ella misma, por ese hecho, en una nueva víctima de sus desmesuras (Hybris, locura del poder) , ante la inacción del pueblo (demos) acobardado.
Ya sin otra posibilidad, la solución de esta tragedia sólo puede provenir de la acción ciudadana, única capaz de detener la violencia sin fin provocada por la inacción de un sistema que permite continuar con un baño de sangre a extremos inimaginables. La conciencia ciudadana debe actuar en consecuencia y restaurar el orden del amor y la justicia en el mundo, aunque hoy, en sentido contrario a las tragedias griegas, deberá hacerlo sin la ayuda de los dioses.  

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