Los fuegos artificiale del 15

Los fuegos artificiale del 15

LAGUNA DE VOCES

Siempre es bueno asegurar que no cambiaríamos ninguna parte de nuestra vida si volviéramos a nacer. Es sin embargo una respuesta poco honesta, porque de contar con esa oportunidad mágica, seguramente haríamos tantos cambios que acabaríamos por no reconocernos. Algo así como cuando la afición por las cirugías estéticas, acaba por desfigurar el rostro de quien se las practica.

Aunque siempre hay momentos, aunque sean breves, diminutos en la historia de una existencia, que buscaríamos conservar hasta el mismo día de la muerte.

Uno de ellos es la celebración del 15 de septiembre y la Nochebuena, es decir el 24 de diciembre.

A mi padre se le quedó en la memoria la Plaza Juárez de Pachuca con los fuegos pirotécnicos, la multitud que en ese entonces todavía no agarraba la costumbre de tirarse cuanto objeto tuviera a la mano, o lo del slam que consiste en pegarse uno contra otro, en un rito interminable e indoloro, cuando menos en esos momentos. 

Sin embargo en esos tiempos de los 85 el Grito de Independencia pachuqueño sucedía con absoluta tranquilidad, lo que quiere decir que era posible ver el cielo frío plagado de cascadas de luces, y desde el balcón desgañitarse al gobernante en turno, siempre con la costumbre de agregar un viva al héroe que se le ocurriera.

Después de esos años mi padre ya no volvió a reunir a los integrantes de lo que fue su segunda familia con nosotros. Doña Rufina, su esposa, murió al poco tiempo de que pasó lo mismo con su hijo, y después la costumbre de reunirnos año con año en una ciudad de viento inclemente terminó igual que empezó.

Sin embargo son recuerdos que se quedan en la memoria, a lo mejor porque mi padre era feliz y lo demostraba como pocas veces. Le gustaba el estilo de militar con el que Guillermo Rossell de la Lama tomaba la bandera, saludaba y gritaba como con ganas de convocar a la toma del bastión del enemigo.

Pero más que eso, celebraba con gusto de niño el encendido de los fuegos artificiales, la duración del espectáculo que contaba con meticulosidad, y la forma como la noche se convertía de pronto en día, fruto de los miles de cohetes.

Pueden ser espacios diminutos en la existencia humana los que nos aten, no anclen a la vida que logramos construir, y que no vemos ante la posibilidad de cambiar por la magia citada el trayecto que hemos recorrido.

Luego descubrimos que esos instantes definen la monumental historia del tiempo que nos ha tocado vivir. Es decir que al conservarlos impiden, detienen el cambio que pretendemos.

Seguramente un buen número de personas a las que les dieran la oportunidad de cambiar su vida dirían que sí, que puestos estarían para hacerlo.

Pero también, apenas hecho un repaso mínimo de su propia historia, plantearían que con gusto modificarían casi todo, menos unos instantes, diminutos, apenas visibles en el gran volumen de la vida, pero que siempre han definido lo que hemos llegado a ser.

Atesoramos esos momentos, porque le dieron sentido a todo, absolutamente todo. Igual que los fuegos artificiales en la noche del 15 de septiembre, despertaron en mi padre el recuerdo fundamental del pueblo donde nació y las noches igual de frías frente a la laguna, mientras alguien echaba cohetes al cielo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta 

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