FAMILIA POLÍTICA
“El verdadero espíritu de la Revolución Mexicana, está mejor expresado en quienes la perdieron, Zapata y Villa, que en quienes la ganaron: Carranza, Obregón y Calles” ; Héctor Aguilar Camín “Toda la actitud del liberalismo hacia las tradiciones y el mundo colonial, está resumida en el atuendo de Benito Juárez, un indio puro que, al vestirse invariable y lúgubremente de negro, dejaba de serlo para volverse el líder con levita, de una nación cuya idea de futuro no podía incluir a los indios como tales, sino como ciudadanos. Todo Juárez parece un acto de voluntad anti indígena, de transculturación liberal, de desarraigo modernizante, de coerción civilizatoria”.
Estas duras palabras están en el último libro de Héctor Aguilar Camín, Nocturno de la Democracia Mexicana. Su leitmotiv es una especie de colectivo síndrome de Estocolmo que sufren los pueblos. Éstos, casi siempre se enamoran de sus secuestradores, legítimos o espurios. Mientras más poderosos, más adorados y, cuando termina su ciclo, mayormente satanizados.
La historia universal está llena de ejemplos en este sentido. Clara excepción que confirma la regla, es Don Benito Juárez. Ya lo dije y lo repito: su mayor mérito fue morir en el poder; morir a tiempo, con la levita puesta.
Ésta es la aspiración de dictadores y mandatarios en una democracia sin demócratas. Los muertos y los santos son perfectos.
Antítesis fue su paisano; el pueblo, con resentimiento y/o admiración, impuso su nombre a un periodo de treinta años en el devenir de México. El General Díaz fue un soldado heroico, carismático, honesto… cuándo fue “El Héroe del 2 de abril”, pero un día se transformó (¿se desenmascaró?) en “El Héroe de la Paz”. Los gobernados entendieron que el mote se refería a la paz de los sepulcros y no a la paz necesaria para complementar la triada conceptual: “Amor, Orden y Progreso”, lema positivista de su gobierno.
Estoy seguro de que, aún con los horrores del porfiriato, gente de diferentes clases sociales lo amaba. Si la Parca, hubiera llegado a tiempo, la nación habría llorado; los altares cívicos y las calles de todos los pueblos ostentarían su nombre y las plazas públicas lucirían ecuestres esculturas, al pie de las cuales, los niños dejarían flores y dirían poemas. Me dirán que el “hubiera” no existe; pero la gramática permite utilizar tal tiempo verbal para construir escenarios.
En días cercanos al diez de abril, cíclicamente se pone de moda la figura de “Miliano” Zapata, el de Anenecuilco; símbolo de una de las vertientes populares no liberales de La Revolución: El Agrarismo.
Otra vertiente, también popular, es la del movimiento obrero, el cual, con la sangre que se derramó en Cananea y Río Blanco, aún recién nacido, conquistó un lugar en el artículo 123 de la Ley Suprema: culminación del movimiento armado.
El Estado Mexicano, que nació en la Guerra de Independencia (Primera Transformación, para utilizar lenguaje de moda), se consolidó en la Constitución Liberal de 1857 y la derrota del Segundo Imperio (Segunda Transformación), organizó políticamente a la sociedad después de La Revolución (Tercera Transformación). Fue centro de la mexicanidad: reconoció, creó, inventó una nacionalidad. En clases de civismo y ceremonias conmemorativas, sacralizó los símbolos patrios, aunque, al mismo tiempo, domesticó, neutralizó, compró… la voluntad ciudadana…
Todo ese andamiaje jurídico, social, ideológico… se institucionalizó y dio fuerza a la sociedad contemporánea. Los tres sectores del Partido casi único (hegemónico para algunos) le dieron forma y fuerza organizativa que permitió la estabilidad política durante más de medio siglo. Hoy, el sistema se prolonga, aunque, aparentemente, se cuestiona a sí mismo. “Las propias estructuras que lo mantuvieron en el poder, propiciaron su destrucción”. Esto es una falacia: los actores son los mismos en esencia, pero el oportunismo ubica esa identidad en diferentes bandos: ni adentro se seleccionan los mejores, ni fuera quedan los peores. Como dijo un clásico: “andando el carro, se acomodan las calabazas”.
El pueblo se volcó en las urnas para negar lo que fue su afirmación institucional durante varios lustros. Todavía en el 2012, el voto fue casi igual de copioso, también de tipo caudillista, pero no con la misma inspiración. En ese tiempo movieron al sufragio los atributos físicos del candidato (moraleja: en política no se gana ni se pierde para siempre). Hoy, la perseverancia y la habilidad para decir al pueblo lo que quiere escuchar, después de recorrer hasta los más alejados pueblos, en una campaña de dieciocho años, dieron los resultados que conocemos.
A Cuauhtémoc lo visualizamos en la cima de una pirámide, con un cuchillo en la mano, supuestamente diciendo a Cortés: “No pude defender a mi ciudad. Toma este puñal y mátame con él”.
A Juárez lo identificamos con su negra levita, su bombín y su bastón, en su austero e itinerante carruaje.
A Don Porfirio Díaz, con el pecho lleno de medallas a bordo del Ypiranga, o con su imagen de “calaca fifí” creada por Posadas. Madero es un chaparrito de “piochita” afrancesada, que monta un caballo blanco y tremola una bandera, mientras lo escoltan cadetes del H. Colegio Militar.
Villa es un robusto norteño sentado en la silla presidencial “Nomás p’a ver qué se siente”.
Zapata se mira como un charro herido de muerte sobre su caballo “As de Oros”, durante la traición de Guajardo, en Chinameca.
Carranza es una patriarcal barba blanca y ojos que solo se adivinan tras unos lentes de “fondo de botella”.
Obregón se mira con el cuerpo acribillado por un fanático religioso, al elegirse por segunda vez Presidente de la República, a pesar de que “No Reelección” fue lema de La Revolución que lo empoderó.
Visualizamos a Calles en su lecho de muerte, con un libro en las manos: “Mi lucha”, de Adolfo Hitler.
A los demás presidentes los miramos diferentes, pero con la igualdad que les da la banda tricolor que cruza su pecho.
¿Cada uno nos muestra su verdadero rostro, o tan solo su disfraz para ejercer el poder?
Aún es temprano para seguir hablando.
Cita:
Hoy, el sistema se prolonga, aunque, aparentemente, se cuestiona a sí mismo. “Las propias estructuras que lo mantuvieron en el poder, propiciaron su destrucción”. Esto es una falacia…