Familia política
“El Estado soy yo”.
Luis XIV.
El Doctor Jorge Fernández Ruiz, es un monstruo sagrado del Derecho Administrativo nacional e internacional. Es el heredero natural de Don Andrés Serra Rojas y de Don Gabino Fraga, entre otros. Su obra bibliográfica es extensa, su capacidad didáctica, impresionante… Su análisis del principio de División de Poderes y el estudio detallado de cada uno de ellos, hacen de El Maestro una figura infaltable en la biblioteca de todo estudiante, Maestro, Juez o postulante en esta interesante materia.
La vida me dio oportunidad de que prologara mi libro “La Constitución Política del Estado de Hidalgo en Sonetos” y me dedicara sus obras: “Poder Ejecutivo” y “Derecho Administrativo del Estado de Hidalgo”. Lo anterior cobra sentido dentro de este artículo, porque coincido con el Doctor Fernández en sus puntos de vista en relación con las notas lógicas del concepto PODER. Es explicable que tome de su pluma algunos puntos de vista (espero que no me acusen de plagio, como sucede con una gran amiga, víctima de la dinámica política interna en el más alto tribunal de la nación).
Un muy distinguido contertulio en las mesas de café, médico de profesión, me sugirió tratar un tema de acuerdo con la pregunta: ¿Qué es un dictador? Porque, según el ilustre facultativo, muchos integrantes del pueblo bueno y sabio, utilizamos palabras sin estar plenamente seguros de su significado.
Comenzaré diciendo que solamente del Poder Ejecutivo puede surgir un dictador. Don Sergio García Ramírez escribió el prólogo para el mencionado libro “Poder Ejecutivo”. En él toca someramente el principio de División de Poderes, esto es: tres personajes distintos y un solo poder constitucional.
Aunque México es un país de leyes, desde el tiempo en que se proclamó La Independencia, los mexicanos entendemos que los puentes para lograr el objetivo de vincular al pueblo con su gobierno han sido, desde siempre, los hombres (algunas veces al margen de las leyes). La gente cree más en las personas de carne y hueso, que en la figura cuasi mágica de quien las convoca, encausa, dispone… El poderoso, el gobernante, el Tlatoani, el Presidente… ¡El Señor Presidente!… Heredero de tradiciones y ambiciones; receptor de apremios y esperanzas; promotor y protector; demócrata y tirano.
Los mexicanos estamos sedientos de soluciones (aunque no sepamos cuáles son) y altamente indispuestos a generarlas en una democrática sociedad de ciudadanos libres e iguales. (En algún rincón del Cerro de Las Campanas, puede leerse la pesimista sentencia: “Pobre pueblo de México, que mandar no sabe y obedecer no quiere”). Estamos acostumbrados a escuchar con frecuencia que quien puede ordenar el destino de la nación y de los nacionales, es quien tiene el mando supremo, providente y voluntarioso; los mexicanos admitimos y aún añoramos ese poder, porque sabemos que proviene de un mando supremo, providente e indiscutible del Tlatoani precolonial, del monarca que desde la península remota (que vive en él), agradece la riqueza y prosperidad con las cuales él mismo inviste a los poderoso de La Nueva España cuando distribuye vidas, haciendas, encomiendas, servidumbres, tesoros y patíbulos.
En este conjunto de particularidades se halla tierra propicia al autoritarismo; lo hemos vivido siglo tras siglo; pequeñas tiranías que dan sustento a las grandes. El Señor Presidente nos mira y dirige desde la cúspide de una pirámide, se alza sobre el cuerpo colectivo en el que encuentra fuerza y sustento; luego, majestuoso, El Señor desciende como un milagro ante el azoro del pueblo, como la serpiente en el templo de Chichén Itzá.
Así, el Tlatoani se siente (¿está?) investido por las fuerzas cósmicas de su entorno. Su poder legal y legítimo dimana de la ley; ésta le dice lo que puede y debe hacer; también lo que no puede ni debe… Le da un marco de derechos y obligaciones, fuera del cual, su actuación resultará arbitraria; esto es, con base en su voluntad, en su arbitrio (arbitrario, en este caso, no significa abusivo, sino que sus bases legales y éticas no tienen más fundamento que su voluntad, para bien o para mal).
Las facultades metaconstitucionales debieran entenderse como ampliaciones discrecionales, inherentes a la investidura que el titular del Ejecutivo (cualquiera que sea su ideología y procedencia) lleva consigo simbólicamente. Lo lógico y hasta cierto punto permitido, es que los poderes no formales, los que son inseparables de su albedrío, estén siempre presentes, se utilicen o no para ampliar el marco de permisibilidad de una conducta legítima o para limitar las facultades, en un ejemplo clásico del poder que detiene al poder (autolimitación). El equilibrio entre lo ordenado y lo permitido, es campo natural de la ética política; la lucha entre el hombre y su circunstancia; el humano investido de poder quiere más facultades al margen de La Constitución, pero el determinismo normativo lo obliga a actuar en una mezcla sinérgica dialéctica, de lo que la ley ordena y lo que la voluntad reclama.
El ejemplo clásico de lo anterior es el apotegma del Rey Luis XIV (absolutista, tirano por excelencia) “El Estado soy Yo”. Esto es: Yo soy el territorio; yo soy la población; yo soy el gobierno. Fuera de mi voluntad, ¡nada! Por encima de ella, ¡nadie! “En mis dominios no se pone el sol” decía otro absolutista, Felipe II de España.
Espero que estas breves notas aporten una idea clara de lo que es un dictador. Trataré de sintetizar: un dictador pone su voluntad por encima de la ley; las libertades que las normas conceden a los individuos y a las naciones, son trascendidas por el albedrío de un solo hombre: el dictador. Así, a cada libertad se enfrenta una restricción. El Dictador, El Caudillo, El Jefe Máximo, El Camarada Comandante, Su Alteza Serenísima, “El Señor Presidente” (dicho con la ironía del guatemalteco, Miguel Ángel Asturias). “Por sus obras los conoceréis”, dice en alguna parte El Nuevo Testamento; esto es, diariamente nos enteramos de atrocidades que cometen gobernantes en países de El Caribe y Sudamérica, por citar a quienes están cerca de nosotros; Los Derechos Humanos son, tal vez, los más “cacareados” valores en algunas sociedades, pero en pocas son verdaderamente respetados; tenemos el caso de unos niños encarcelados en algún país de El Caribe, acusados de cometer pre delitos y detenidos bajo espurios procesos, sin importar su inimputabilidad ni respetar lo que exigen las normas procesales para los adultos.
La geometría política tuvo su origen en la Revolución Francesa. En 1789 al reunirse los Estados Generales en Versalles, en el seno de Las Asambleas, los más exaltados partidarios de las reformas populares favorables a la libertad, se ubicaban en el lado izquierdo del recinto; los más moderados y conservadores, del lado derecho. Esta geografía se vive todos los días en una circunstancia bien variable. Según algunos tratadistas, ya no se sabe quién es quién. Algunos presumen ser de izquierda y utilizan técnicas y argumentos típicos de la derecha y viceversa.
Nuestra realidad está tan controvertida que se aleja de la típica identificación de la izquierda con el progreso y la derecha con el retroceso. Se habla de liberalismo, de neoliberalismo, de conservadurismo, de aspiracionismo y muchos “ismos” más, sin definir con claridad qué quieren decir quienes utilizan estos conceptos con fines descalificadores y claramente proclives a la confrontación ideológica y política. Lo que considero necesario dejar claro, es que en pleno siglo XXI, la presencia de dictadores de izquierda o de derecha, denota una marcha en sentido contrario dentro de la historia.
Debemos entender que dictadores ha habido desde el principio de los tiempos y seguramente los habrá, mientras el hombre sea hombre.
Prisciliano Gutiérrez.
Febrero del 2023.