LOS CONVENCIONALISMOS.

“Amo ser de las personas
Que todavía dicen:
Por favor, permiso y gracias.”

Anónimo.

Al célebre jurista, Don Eduardo García Máynez, se debe una clara diferenciación entre leyes naturales y normas: las primeras son inmutables, invariables, fatales, deterministas… ejemplos: La Gravitación Universal, la llegada de la noche… 

Las segundas, en cambio, son creaciones humanas, imperativos de conducta que deben cumplirse, aunque existe la posibilidad de no respetarlas.  De ahí la absurda sentencia que dice: “Las leyes se hicieron para violarlas”.

El Maestro menciona cuatro grandes grupos de normas: jurídicas, morales, religiosas y de trato social (convencionalismos).  Las primeras son Bilaterales (a cada derecho corresponde una obligación).  Heterónomas (las elaboran sujetos diferentes de aquél que debe obedecerlas).  Externas (no bastan ni el puro pensamiento ni la simple voluntad, si no se realizan acciones para lograr un determinado fin).  Coercibles (un aparato del Estado puede obligar a su observancia).

La antítesis corresponde a las normas morales, son Unilaterales (hay obligaciones, pero no derechos).  Autónomas (cada sujeto elabora sus propios códigos).  Internas (se pueden transgredir sólo con el pensamiento).  Incoercibles (no existe una fuerza del Estado que obligue a su cumplimiento).

Los cánones religiosos comparten algunas de estas características, las cuales se infieren fácilmente; por ejemplo, la policía no puede llevarme a misa si no quiero.

Por cuestiones de espacio, se abordará directamente lo relativo a las reglas de trato social.  Estos patrones de comportamiento, marcan exigencias Unilaterales (obligan, pero no facultan).  Heterónomas (las modas, por ejemplo, las dicta la sociedad, no la persona).  Externas (todo es apariencia, no convicción).  Incoercibles (en caso de incumplimiento, no hay sanción oficial, sólo el posible rechazo social).

En este orden de ideas, resulta casi obligado referirse al célebre “Manual de Carreño: Tratado de Urbanidad y Buenas Maneras”, escrito por el venezolano Manuel Antonio Carreño allá por mil ochocientos cincuenta y tres.  Contiene lecciones y consejos en relación con el comportamiento ideal de las personas en espacios públicos y privados (la familia, la mesa, la iglesia, etcétera).  Esta obra se cita hasta nuestros días, en los reductos más tradicionales de algunos estratos sociales.

Los modales en público y en privado, lo aceptemos o no, son reflejo de la división de clases: sociales, económicas, culturales…  En el México contemporáneo influyen múltiples variables: el medio, la etnia, el lenguaje y otras igualmente discriminatorias y excluyentes.  En fin, una persona puede estigmatizarse por ser pobre; por no comer con cubiertos… aunque esto se disculpa cuando el mal educado es rico.  En el campo se recuerda la anécdota de un General Revolucionario quien decía: “lo que me vayan a dar de fierros, mejor dénmelo de tortillas”.  Un amigo mío (tránsfuga de clase) preguntaba: “¿Oye, la langosta se come con tortilla?”

Cada día en las sociedades emergentes se cuestionan las fórmulas de cortesía. Un joven abogado, por ejemplo, me preguntaba ¿Qué sentido tiene, decirle a una persona “provecho” a la hora de comer?  Yo contestaba: el sentido se pierde al cortar la frase; lo que en realidad quiere expresarse: “Deseo que tu organismo aproveche de manera óptima, los alimentos”, pero por economía lingüística, por pereza mental u otras razones, en la frase “buen provecho”, se suprime la primera palabra.  Lo mismo sucede con el saludo: “buenos días, te deseo”.  Con la expresión ¡Salud! cuando alguien estornuda, se quiere decir: “espero que no sea síntoma de una enfermedad seria”.

En otro escenario, el rechazo, aunque se oculte bajo convencional disimulo se da ante manifestaciones francamente repugnantes, tales como: eructos, flatulencias o esputos.

En cuestiones de indumentaria, existen profesionistas muy apegados a los cánones del buen vestir: ropa de marca, combinaciones cromáticas impecables, relojes caros, perfumes finos, zapatos aseados, apariencia de pulcritud en barba y cabello… el arquetipo, son los abogados.

El desaliño no siempre es reflejo de pobreza o deficiencia cultural.  Algunos miembros de otras profesiones, desafían a la sociedad tradicional; rompen sus esquemas, modas y paradigmas: ingenieros, sociólogos, psicólogos… se presentan, incluso a ceremonias solemnes con atuendos informales y/o con el cabello y la barba intencionalmente largos y descuidados.  La corbata es para ellos, síntoma de consumismo y decadencia.  Aunque a las celebridades se les perdona todo  ¿Recuerdan al novelista Gabriel García Márquez, cuando se presentó ante la Academia sueca a recibir el Premio Nobel de Literatura, con una elegante guayabera, típica de la tierra colombiana y equivalente a su medio, al aristocrático smoking?

En política, los convencionalismos adquieren un nivel casi científico.  Desde las actitudes personales: la eterna sonrisa a flor de labio; el abrazo efusivo e indiscriminado; la mención a todos por nombre propio, el comentario oportuno reflejo de agilidad mental y aún la broma pesada, según el caso; además de telegramas, obsequios y otras manifestaciones en fechas memorables.  Aquí, las normas de trato social, cambian de nombre: se llaman Relaciones Públicas.

Octubre, 2016.

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