LOS AMIGOS.

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“Amistad que no se demuestra

en la nómina, es demagogia”.

Máxima política.

 

Decía Maquiavelo que para visualizar en plenitud la belleza del valle hay que estar en la cima de la montaña y para admirar la grandeza de ésta, es necesario hacerlo desde la óptica de las tierras bajas.  Así, cerca del ocaso se mira mejor el amanecer; adquiere mayor sentido la máxima de Quevedo: “Nacer es empezar a morir”.  El punto Alfa de la existencia se advierte en una perspectiva cronológica con diáfana claridad, al mismo tiempo que el Omega fatal se vislumbra cercano pero borroso, empañado por la niebla protectora de la muerte, omnipresente pero desconocida.

 

Por experiencia infiero que los seres humanos, de acuerdo con nuestra tabla personal de valores (única e irrepetible), tenemos diferentes maneras para medir las etapas de nuestra biografía.  La más común y lógica es por los años cumplidos y por las etapas que, dentro de ellos, se encuentran, aunque también puede recordarse una vida por los ciclos de estudio, por los trabajos desempeñados, por los sucesos extraordinarios…  Yo elijo marcar esos lapsos por los amigos que en cada edad he tenido la oportunidad de conocer.  Algunos lo siguen siendo, otros se transformaron en detractores y hay quienes se adelantaron en el viaje sin retorno.  Es vigente en cada tiempo la expresión “dime con quién andas y te diré quién eres”.

 

En la infancia más remota que alcanza la remembranza, las imágenes de mis amigos permanecen como fotografías en blanco y negro, sin edad y sin distancia, tan sólo retocadas por la pátina del tiempo: simples, inocentes, al margen de las clases sociales, divertidos con los juguetes que la naturaleza ponía a nuestro alcance; instrumentos lúdicos que requerían mucha imaginación para suplir su representatividad objetiva.

 

Dicen  quienes de esto saben que cuando el alumno está preparado aparece el maestro.  Así, diversos personajes dejaron en la tábula rasa del entendimiento las huellas imperecederas que se imprimen cuando se complementan la figura del amigo con la de aquél que, como Virgilio a Dante, nos guía por los intrincados caminos de la vida: alguien me enseñó a tocar la guitarra; otro más descubrió (o inventó) mis dotes en el arte de la oratoria; en su momento aparecieron diferentes personajes que me abrieron las puertas para entrar (y para salir) en los fascinantes mundos de la política parlamentaria, la administración públicas y la judicatura.

 

La generalidad define a la amistad como un sentimiento puro, desinteresado, unilateral por naturaleza.  Los menos difieren.  Afirman que es un camino de ida y vuelta, aunque sin normas escritas.  Un folklórico ex gobernador de Hidalgo afirmaba contundente: “La amistad es interés.  Yo no tengo amigos pendejos”.

 

La duración de una relación amistosa puede ser efímera, relativamente duradera y aún vitalicia.  Raros son los casos, en los cuales parentesco y amistad marchan por la misma senda.  En nuestro régimen político, el cual según mi amigo Humberto Roque Villanueva, se rige por el Sistema Métrico Sexenal, es tautológicamente cierto que las amistades eternas duran seis años.  Es igualmente válida la máxima del mismo autor que señala: “amigo que se encumbra es amigo que se pierde”.

 

Precisamente en este universo, lograr una vida transexenal es todo un arte.  Afirman los detractores del sistema que en diferentes tiempos y lugares, alrededor de causas justas o injustas, reales o aparentes, se forman grupos que, teniendo como origen la amistad (aunque después se reafirmen por los recíprocos intereses, básicamente pecuniarios), se amplían para escalar los diferentes escalones en la pirámide del poder, con el afán de llegar a la cúspide.  Cuando un personaje, por su carisma, personalidad, capacidad para conjugar intereses u otras cualidades en un fenómeno multicausal, trasciende el aldeanismo de los escenarios locales, de manera voluntaria o involuntaria, deja tras de sí, partidarios y detractores, aunque hayan sido beneficiarios del hombre a quien después critican.  Éstos consideran que el grupo de amigos del cual formaron parte, se transformó en una oligarquía, en una mafia de corrupción y latrocinio.  Lo anterior quedaría explicado con la siguiente frase, qué es una perla del cinismo (no cito al autor porque me condeno): “Lo único malo de las mafias es estar fuera de ellas”.

 

Las campañas políticas son fuentes naturales de acceso al poder en cualquiera de sus expresiones y niveles.  El ungido por el voto mayoritario, normalmente integra su equipo con tres grandes sectores: los compromisos, los amigos y los indispensables.  En el primer grupo entran todos aquéllos que “se la jugaron” con el aspirante, el precandidato y el candidato.  Todos creen merecer un espacio, pero no siempre caben.  La suma se convierte en resta, el entusiasmo en frustración y resentimiento.  En otro esquema, vale el adagio: “unos corretean la liebre y otros sin correr la alcanzan”.  Alguien tiene que hacer el trabajo trascendente.  Es más fácil que un buen colaborador se haga amigo, a que un amigo pueda ser, al mismo tiempo un excelente colaborador.  La imagen también es importante: nunca sobra un personaje de primera línea.

 

Por lo pronto, pienso con Leduc, que hay que saber: “A tiempo amar y desatarse a tiempo”.

 

Abril de 2016.