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Lo que el río se llevó

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LA GENTE CUENTA

-¿Señora, se encuentra usted bien?
De pronto, Sandra se mantuvo inmóvil, con los ojos muy abiertos, mientras que sostenía con firmeza una fotografía. Los oficiales de policía que estaban con ella en su casa creyeron que en algún momento colapsaría, así que la llevaron hasta el sillón más cercano. Ella seguía inmóvil.
-Unidad 2052 a Central. Unidad 2052 a Central, necesitamos una ambulancia en esta dirección –uno de ellos se comunicaba a través del radio de la patrulla, a la vez que dictaba la dirección en la que se encontraban con una auténtica preocupación.
En cuanto terminó de dar indicaciones, se acercó a su compañero.
-¿Qué le dijiste?
-¿Crees que hice algo malo, Torres?
-De ti no sospecho nada malo, Cruz, pero sé que los superiores nos van a preguntar. Los de Derechos Humanos también nos van a presionar.
El oficial Cruz resopló antes de dar la versión de los hechos.
-Mira: yo solo le pregunté “¿usted es la señora Sandra Juárez?”, y me respondió que sí. Y después le enseñé la fotografía mientras les dije, “¿usted conoce a estas personas?”. Y creo que si las conocía, porque abrió mucho los ojos, y ya no respondió más.
Ambos oficiales observaron de soslayo a Sandra: respiraba, pero ni sus ojos ni el resto del cuerpo respondían. La foto seguía en sus manos. Estaba paralizada, fuera de sí, como una especie de zombi.
Al poco tiempo llegó la ambulancia a las puertas de aquella humilde morada, de puertas de madera, con un patio enredado de lazos y una laguna de lodo por las recientes lluvias.
Dos paramédicos arribaron hacia Sandra, uno de ellos encendió una linterna para iluminar sus pupilas, en busca de una probable respuesta, checó su ritmo cardiaco.
-Está en shock –el paramédico que la atendía dio el veredicto final.
Preparó una especie de mezcla con los fármacos que tenían al alcance, mientras que los oficiales ayudaban a bajar de la ambulancia un tanque de oxígeno y una camilla. Con una jeringa, el paramédico administró la solución en uno de sus brazos.
De pronto, los ojos de Sandra se contrajeron, los dedos y los brazos lograron responder, y después de un resoplo, se derrumbó en llanto. Un llanto que desde hace rato deseaba liberarse. Todos miraron con lástima.
Cuando los paramédicos lograron sedar a Sandra para ser llevada al hospital, el oficial Torres finalmente pudo ver la fotografía que ella dejó caer una vez que salió de su letargo: dos figuras humanas, una grande y otra pequeña, boca abajo, sobre el remanso de un río, mientras que sus esperanzas y sus vidas escurrían por las aguas.