LO PROMETIDO ES DEUDA… (Y LO SEGUIRÁ SIENDO)

CAPÍTULO 12.

Yo estaba muy contento porque al día siguiente iba a trabajar en la mina, cuando entré a la casa encontré a mi jefa llorando y le dije: -¿Qué pasó jefa, por qué chilla?-

  • Porque eres un necio y te vas a meter a la mina-.
  • Ya no me la haga de pez, necesitamos lana, póngame unos tacos como usted sabe hacerlos porque ya me voy a planchar oreja-.

Sonó el silbato de Loreto a las seis de la mañana, se escuchaba en todo Pachuca para que se fueran arreglando porque la entrada era a las siete de la mañana en punto, y el que llegara un minuto más tarde ya no lo dejaban entrar. En la mina de San Juan trabajaban más de mil trabajadores en los tres turnos. En eso, nos metieron al cuarto de de seguridad y dijeron:

 

-Les vamos a dar el equipo para que lo usen. Este es el tiro de la mina de San Juan y ustedes van a trabajar a 370 metros de profundidad, le llamamos el 370. Abajo hace mucho calor; pueden dejar sus ropas en los ganchos y trabajar según como les toque: Hay cocheros que son los que empujan los carros llenos de carga y los llenan, tienen que obedecer en todo; también hay ayudantes de rieleros, ademadores, tuberos o lo que sea que se necesite… ayudantes de perforistas, perforistas y el equipo que van a usar es: Sombrero de seguridad, tiene un gancho para que atoren la lámpara, por las nalgas se van a poner la pila. Les damos unas gafas de alambre para protegerse los ojos, un respirador y unas botas. La compañía tiene dos categorías por casa, que son los que ganaban menos y los de contrato; los de casa salen a las 4:00 de la tarde y los de contrato a la hora que terminen su tarea. ¡Entendieron!

Hay viene mi compañero “el Garbanzo” a escogerlos… Así lo hicieron y nos bajaron a la mina.

 

CAPÍTULO 13.

A mi me toco ser cochero junto con mis compañeros: “El chocolate, “el Baldo”, “el Loco” y “la burra”.

  • Llévalos y los entregas con “el Rabadilla”, que le chinguen duro para que se les amacice el cuajo porque están chavos.

Llegamos a un lugar caminando tres kilómetros, íbamos con la boca abierta para aguantar el calor. “Tú, chocolate te vas a encargar de que trabaje ‘el Gato Seco, el ‘loco’ y el ‘Baldo’ tienen que vaciar la carga que se vino abajo; luego nos vemos”.

Dio la orden el “chocolate”:

  • ¡Vayan por unas góndolas!, (que son los carros de mina) y se traen los picos y palas.

LLegamos y nos ordenó que rascaramos la carga y llenaramos la góndola. Todos por su lado entraron en acción, algunos se limpiaban el sudor con las manos, otros llevaban algún trapo o con su misma playera, como pudieran.

Pasaron las horas sin descanso y yo le pedí que si me regalaba agua, me contestó:

-Aquí no hay agua para tomar, esa hay que traerla de tu casa-.  

 

CAPÍTULO 14.

Por Dios que ya no podía, las ampollas de mis manos se me habían reventado y me ardían a madres, pero nadie descansaba. El encargado que estaba cerca les daba de patas a unos, otros más se rajaron y abandonaron el trabajo.

Yo no podía hacerlo, ¿qué pensarían todos los que me dijeron que el trabajo de la mina es muy duro? Logré terminar el turno y subí a la caldera a bañarme, pero me caí porque las patas se me doblaban. Llegué a mi casa.

Al verme mi jefa, se le rodaron las lágrimas, agarró mis manos con cariño y las sobó. -Mañana ya no regresas a ese trabajo-.

  • No mamá, tengo que hacerlo. ¿Para qué quieres que mis amigos me den caballo? Voy a dormirme un rato y luego me paro a comer.

La señora se sentó junto a su hijo, mirándolo sin quitarle la vista, hasta que llegó don Manuel.

  • ¿Qué te pasa mujer?
  • A mi nada, pero las manos del Gato Seco… entró a la mina y se durmió y para mi que no va a despertar.
  • Tranquila, deja despertarlo… Hijo, ya es hora de ir a trabajar.

Desperté y me paré como resorte.

  • ¡Papá!
  • Es que no había venido por mucho tiempo porque andábamos tras los huesos de una banda de ladrones, pero ya los agarramos y no me voy a desapartar de ustedes.

Pero la señora explotó, “lo que pasa es que tienes otra mujer y por eso te veo la jeta cada mes”, dijo.

  • No es lo que piensas, estoy trabajando doble. He juntado dinero y vengo a decirles que acabo de hace un trato con el señor de la esquina y compré su casa.

La señora se le aventó de gusto, lo agarró del cuello y los dos dieron el mulazo. Se levantó el Gato seco, se lavó la cara y dijo: “Vamos a comer porque voy a seguir trabajando”.

 

Al llegar a la mina le dijo el chocolate: “Vas a trabajar conmigo. Vamos a subir anillado y las máquinas de barrenar”.

Los anillados son cortes de troncos de árbol, pesan unos 40 kilos y las máquinas 55. Como el chocolate iba arriba, se rompió  un escalón y se le cayó la máquina en la cabeza.

Tenía los ojos bizcos y no se movía. Llamé a los demás compañeros, los escafandristas lo sacaron en camilla llevándolo al hospital de la compañía, estaba inconsciente.

El doctor Valdés, a ojo de buen cubero, dijo que ya estaba por morir porque tenía el cráneo abierto. Llegaron todos sus familiares pero no los dejaron entrar.

Pasó el tiempo y se iba recuperando, solo estaba menso pero ya reaccionaba (con está, ya se había escapado dos veces del diablo)

Así pasó un año, luego dos, y al Gato Seco lo pasaron al contrato con Pascual Jarillo, un chaparrito, ya viejo pero muy trabajador.

Había cumplido 18 años y como iba seguido a una cantina llamada El Reloj de Arena, se había enamorado pero loco por una chamaca… diario estaba parado en un poste para mirarla.

Un día ya no me aguanté y le solté los perros dándole las buenas tardes, pero ni me pelo. Ahora era mi capricho y  estaba todos los días parado por donde pasaba, como soldado; hasta que le caí como patada de mula y ella me paró el alto. La verdad le dije que me gustaba y que quería que fuéramos amigos, ella me dijo que no la molestara porque tenía varios hermanos y me podían rajar la madre.

 

CAPÍTULO 15

Le dije que me las jugaba que me diera chance de andar con ella, y me dio una esperanza: Nos íbamos a ver en otro lado pero a distinta hora, y le cambiamos al barrio de “Mismo”. La verdad, como estaba en el contrato, me vestía bien y trataba de arreglarme como muñeco… Me hice novio de ella, y cambie de todo a todo. Ya no me juntaba con mis amigos borrachos y nos veíamos diario a las siete de la noche. Nos íbamos al parque, al cine; ella era muy católica y hasta me quería hacer monaguillo.

Pero una tarde, se me atravesó un gato negro, y como decían que era mala suerte, nos cayó su hermano mayor que se llamaba Carlos. A ella la puso como lazo de cochino y yo recibí una madriza que me dejó como al monstruo de la Laguna Negra. Mis amigos me dijeron “ya deja a esa pinche vieja, ¿qué le ves?”.

 

CAPÍTULO 16

Me daban ganas de verla de nuevo -porque de verdad ya la quería mucho-, así que  esperé más de un mes, pues aún no se me bajaba lo hinchado de la cara y los ojos morados. A algunos de mis amigos, para que no me molestaran, les decía que me había atropellado un camión…

Related posts