LA GENTE CUENTA
-¿Bueno, amor?
Roberto sostenía su celular en su mano, reposándolo en su cabeza de modo que lograra entablar comunicación con su esposa, mientras fumaba un cigarrillo, de pie frente a su taxi.
-Qué pasó amor –se oyó del otro lado del aparato-. ¿Todo bien?
-Sí, un poco –respondió Roberto-. Solo que ando un poco intranquilo. No lo sé, tengo algo de ansiedad…
-Pero, ¿por qué? ¿Se te olvidó algo en la casa?
El hombre echa un vistazo rápido a sus ropas y al interior de su auto antes de responder.
-Bueno, creo que no… Tengo mi licencia, mi cartera, las llaves –auscultó de nuevo sus bolsillos de su pantalón y de su camisa-.
-Si es por nuestra hija, no te preocupes –le dijo con un tono de ternura-. Ya tengo los medicamentos que nos recetó el doctor, y hasta ahora la fiebre se le ha bajado. Marianita va a estar mucho mejor.
Resopla un poco el chofer del auto de alquiler. Era evidente que estaba exagerando.
-Bueno, si tengo un poco de preocupación por nuestra hija, pero tienes razón. Tengo que aprender a relajarme.
Silencio. La esposa toma la palabra después de un instante.
-¿Ya casi inicias tu turno?
-Si. Ya en un minuto –responde Roberto dando una ojeada a su reloj de pulso-. Aunque lo raro es que, a pesar de que siempre hace calor aquí, ahora el ambiente está muy frío. No me vas a creer, pero hasta las manos las siento heladas.
-Bueno, eso significa que ya están llegando los fríos –rebatió dulcemente su mujer-. En ese caso ponte tu suéter.
El semblante de Roberto cambia, ahora tiene una mirada contristada.
-A veces me pongo a pensar que pasaría si no paso de esta noche. No soportaría la idea de dejarlas a ti y a mi hija.
-Mira, amor –trató de calmar a su esposo-, ya sabes que cada noche rezo por ti para que te vaya bien. Sabes que Dios siempre te protege y va contigo en tus corridas. Solo ten fe.
Roberto se tranquiliza un poco. Después de un largo “te amo”, colgó el móvil y se subió a su taxi. El semáforo estaba en verde. La noche era joven y parecía no haber algo o alguien que la perturbara…