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Tecnocultura

La Inteligencia no está suscrita exclusivamente a las matemáticas; y como ya hemos mencionado más de una vez en este espacio, en el campo de las humanidades las máquinas están muy lejos de lo que han podido hacer en los ámbitos de la ciencia.

Aunque soy un entusiasta de la tecnología, reconozco sus limitaciones, me gusta decir entusiasta y no fanático porque no todo en ella me apasiona; no me gana un gadget, programa o aplicación sólo porque sí. Me costó entrar al mundo del libro electrónico por mi adoración, esta vez sí, al objeto de papel y tinta; y aunque hoy sigo comprando esos objetos empastados, puedo decir que soy mayoritariamente un lector de ebooks.
Dentro de ese grupo de tecnologías o artilugios que no me han llenado los ojos y a los que no les he comprado la idea está la Inteligencia Artificial. Por más Deep Blues que vengan a derrotar a nuestros Kasparovs, o que vengan ordas de AlphaGos para destronar a los Fan Huis del mundo, no me la creo. Ya la primera generación de ordenadores podían ejecutar más pronto operaciones matemáticas que el ser humano, mi calculadora Casio ya era mejor que yo con las operaciones matemáticas allá a finales de los 80. La Inteligencia no está suscrita exclusivamente a las matemáticas; y como ya hemos mencionado más de una vez en este espacio, en el campo de las humanidades las máquinas están muy lejos de lo que han podido hacer en los ámbitos de la ciencia. Poetas, novelistas y hasta guionistas electrónicos no han siquiera igualado, permítame la exageración, al autor humano más básico.
Hace unos meses en Japón se jactaban de una novela, escrita por un robot, que había llegado a las finales de un concurso; el hecho de que dicha obra haya sido escrita sólo parcialmente por una Inteligencia Artificial no acotó el entusiasmo. En 2008, un programa creado por filólogos y desarrolladores rusos recreó Ana Karenina con el estilo de Haruki Murakami, al final salió una aburridísima obra de más de 300 páginas, de nuevo en este caso los humanos aportaron lo más sobresaliente en el texto.
Un famoso algoritmo para escribir literatura, el Deep Gimble I, se jacta de tener un vocabulario de 190 mil palabras, unas 160 mil más que las que usó Shakespeare en sus obras, claro que aún con ese impresionante vocabulario está a años luz de crear algo cercano al “limitadísimo” Bardo de Avon.
CuratedAI es una revista literaria cuyos colaboradores son exclusivamente electrónicos. Algoritmos con nombres pretenciosos como “Tolstoyish” o “Jnn Austen”, en referencia a León Tolstoi y Jane Austen, crean cuentos bastante forzados; los hermanos Deep Gimble, I y II, se encargan de algo que llaman poesía. No son casos aislados: concursos como NaNoGenMo o National Novel Generation Month están enfocados a conseguir, algún día, una obra literaria creada por Inteligencia Artificial que pueda pasar sin problema por humana; en Nueva York hay una Escuela de Computación Poética, programar poemas es la meta de esa institución; un profesor universitario, llamado Philip Parker, ha producido literalmente cientos de miles de títulos mediante algoritmos, algunos se venden incluso en la librería de Amazon. Los textos, miles y miles de ellos, que está produciendo la Inteligencia Artificial, no sin ayuda humana, están todavía muy lejos de lo que conocemos los humanos como Literatura.
@Lacevos

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