Libros que nadie lee

FAMILIA POLÍTICA

“En la vida hay que hacer tres cosas:
plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Proverbio chino.

Por cada libro que la humanidad conoce, seguramente hay miles cuya existencia ignora. En nuestros tiempos, el proceso de dar a luz un libro tiene dificultades, pero en relación con las primeras expresiones literarias, es realmente sencillo. Si acudimos a las letras primigenias, tendremos forzosamente que imaginar a seres recién salidos de la prehistoria, en busca de su trascendencia; las tablillas de barro y los estiletes para grabar figuras y darles algún significado ideográfico o pictográfico. Es evidente que el tiempo y el esfuerzo de los “escritores” era mucho, en comparación con la corta duración de sus obras, ya que fácilmente podían romperse o borrarse por el simple transcurso del tiempo.
    Aun con el advenimiento del papiro, es difícil visualizar a los escribanos, quienes eternamente sentados frente a sus escritorios, copiaban con gran lentitud las obras de los clásicos; en este esquema, un ejemplar de La Ilíada o La Odisea, tenía que ser un tesoro para quien lograra poseerlo, por contar con los recursos económicos suficientes y la vocación por la literatura. Viene a mi memoria una abadía benedictina en la Italia medieval, en la cual, Guillermo de Baskerville descubría con impecable y fría lógica, los crímenes en una comunidad de monjes dedicados a preservar las obras de los griegos antiguos, mientras entonaban siniestros cantos gregorianos, según la novela de Humberto Ecco, El Nombre de la Rosa. Desde la perspectiva actual, repito, mirar con los ojos de la imaginación las viejas estancias pletóricas de rollos escritos en hebreo, griego o latín, es tarea casi imposible; saber que un sátrapa como Saladino, quemó la Biblioteca de Alejandría. Aunque es un mito, no deja de causar indignación. En diferente contexto, lo mismo puede decirse de otros célebres quemadores de obras bibliográficas.
    La aparición de la imprenta multiplicó rápidamente el acervo en todo el mundo. Gutenberg, en 1452 reafirmó la primicia de La Biblia, al seleccionarla como el primer libro que se plasmara en el nuevo y revolucionario invento; éste, junto con El Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, estadísticamente tienen el récord de ediciones y, se supone, que de lectores.
    Leer puede ser una afición, una pasión, una adicción; aunque nadie muere por no saber o por no querer abrir un solo libro en su vida. Atrás quedaron los enciclopedistas de la antigüedad, del Renacimiento, de la Ilustración o de épocas más recientes. Por los adelantos científicos y tecnológicos, el libro poco a poco pierde su majestad como guardián único de la cultura, las ciencias, las artes… Mucho es lo que se escribe y un exceso lo que se publica. A la mercadotecnia barata no le importa que el pueblo lea, sino que compre; en este sentido prolifera la literatura basura, que va desde el Libro Vaquero, hasta las publicaciones religiosas, la pornografía y otras perversiones.
    A pesar de tantos avances, el libro y su historia se niegan a morir; ejemplo de ello es un descubrimiento relativamente reciente (1946-1956). En las cuevas de Qumrán, cerca del Mar Muerto, se encontraron antiquísimos pergaminos que datan de entre los años 250 a.C. y 66 d.C., los cuales no se aceptan por la iglesia Católica, Apostólica y Romana porque, dicen los estudiosos, contienen afirmaciones que contradicen dogmas escritos en el Antiguo Testamento y en Los Evangelios y que la propia autoridad milenaria e institucional de El Vaticano, se pondría en entredicho.
El cine, entre otros medios de comunicación, se ha encargado de divulgar a nivel masivo, algunas presuntas afirmaciones que están en los Rollos del Mar Muerto. así, por ejemplo, en una película norteamericana que se titula Estigma (1999), la protagonista, en estado de trance, escribe en Arameo (lengua de Cristo) sin conocerlo, un mensaje cuya autoría se atribuye al mismísimo Jesús de Nazareth y que, entre otras cosas dice (cito de memoria): “Levanta una piedra y ahí me encontrarás, abre un trozo de madera y ahí estaré”; en otra parte del texto, repudia los lujos y excesos de quienes, en su nombre, hacen de la riqueza y la depravación, objetivos de una iglesia perdida en ostentoso ritualismo, descomposición ética y amor al poder terreno, cuando, por sus orígenes, debe ser humildad, desinterés, perdón…
El tema central de este artículo es plantear la siguiente interrogante ¿Cuántos libros tan trascendentes como La Biblia, El Corán, El Quijote, Mi Lucha (Hitler), El Kybalión; las obras de: Darwin, Copérnico, Einstein y otros más de ese nivel, que por su circunstancia no son conocidos (o no conviene que lo sean), podrían cambiar el destino de la humanidad?
En menor nivel, ¿Cuántos genios desconocidos pululan por el mundo y mueren sin dar a conocer su pensamiento, por las dificultades de publicar o por el menosprecio de los escritores consagrados, a las nuevas generaciones? A contrario sensu ¿Cuántos libros intrascendentes se quedan en las bodegas o permanecen en un estado de perpetua virginidad?… En la basura pueden crecer orquídeas.
Jesús Murillo Káram, un día me regaló el libro Lapidario, Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Cuyo autor es Hiram Barrios: escritor, traductor, catedrático… egresado de la UNAM, con especialidad en Letras Mexicanas por la UAM. Actualmente, Profesor de Arte y Literatura en el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México. El Gobierno de la vecina entidad lo publicó en dos mil quince. En tono pesimista me decía: “Los gobiernos, algunas veces publican libros tan buenos que, desgraciadamente, nadie lee”. Es cierto: la falta de confianza en las instituciones, la creencia de que solo se favorece a los amigos, con merecimientos o sin ellos; la ignorancia de las dificultades que implica escribir, ordenar, publicar y, en su caso, comercializar un libro, hacen que los autores, buenos o malos, se pregunten ¿Escribir… para qué?
En fin, cada creador potencial o realizado, debe dejar que fluya su numen y hacer cuanto esté de su parte por encontrar ojos y entendimientos que compartan sus tesis o disientan de ellas.
Al igual que la lectura, la escritura puede ser afición, pasión, adicción… los valores o su ausencia en cada escrito quedarán a juicio de los escasos lectores que conquiste una pluma no consagrada por la fama. Finalmente, dentro de los libros que no se leen; algunos más ni se notan.

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