Lo eterno

Hay días donde le extraño, algunos más que otros, y otros menos de lo que debería. Porque resultaría tonto pretender que esa herida se ha cerrado cuando de la nada una calle, una foto, un chiste o alguna comida, me transportan hacia su memoria y el vacío de la rutina. 

Cuando una persona deja de estar, pero uno se aferra a que permanece, la mente da vueltas y el cuerpo hace lo propio en la cama, y entonces la esencia sale igual del recipiente físico para recorrer todos los sitios que se compartieron, y nota uno que pese a tanto esfuerzo por conservar intacto todo, ya nada es igual y nunca más lo será.

Desde acá, a veces le extraño en demasía; a veces no le recuerdo y otras más, me viene de golpe todo y es inevitable sentirse roto.

Son muchas ocasiones las que he visto parte de mi vida, lejana de la de mi persona distante, lejana de sus caricias, de sus mimos, su voz y su ternura; hace mucho que me dejó y aún así, por momentos me aferro a querer tenerle de nueva cuenta conmigo para hacerle sentir orgulloso de cuanto soy justo ahora, si es que soy algo. 

Suspiro en los días de otoño porque le añoro a mi lado. Una que otra tarde, una lágrima me recorre la mejilla como guardando su mística y nuestros ratos de alegría en aquella gota que se formó en el ojo, pero nació de un recuerdo suyo, de ambos.

A veces, sólo a veces, la memoria me traiciona mientras duermo y siento su tacto, su mirada cuidando de mi sueño y su compañía como en otros momentos la tuve. A veces al corazón lo apachurra el recuerdo, y al amor lo vence el tiempo. 

Hay días de otoño donde le recuerdo mucho, y donde me cuesta creer que se fue hace ya un buen rato para seguir su camino y dejar desamparado el mío, pero supongo que así de enigmática resulta la rutina de los vivos, y supongo igual que sin importar lo que sea que pueda importar, esa ausencia siempre habrá de pesar. 

¡Hasta el próximo jueves!

Postdata: Te mando un abrazo hasta allá, donde ahora estás riendo, abuelo. ¡Gracias, Alejandro!

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