
Déjà vécu, ¡ya había sucedido!
Un paralelismo que, al final no fue del todo paralelo, heló la sangre y dejó erizada la piel cuando, por azares o venturas del destino, el cigarro en la mano diestra supo amargo, raro, asqueroso… y ahí estaba de nuevo ese mareo que había vivido antes, una sola vez, pero que fue suficiente para confirmar que eso ya había ocurrido.
Ese mareo tan paralelo y a la vez distante con el del 2017, sacudió la cabeza, hizo vibrar el celular como pocas ocasiones, y dejó seca la boca como cuando uno tiene resaca después de tomar ocho cervezas, cinco shots de vodka, tres cócteles y tres tragos más de whisky.
Ahí estaba de nuevo ese mareo: tenía sonido a paredes crujiendo y candelabros meneando su esteticidad cristalina. Se sentía como un viaje interplanetario de esos que ni Hollywood se inventa y, peor aún, existía porque antes ya la tierra se había sacudido.
Todo bajo los pies se movió y, como si se tratara de alguien con el corazón hecho trizas, no sentí nada… nada salvo ese sentimiento de nostalgia, ese Déjà vécu causado por algo que ya me había sucedido, algo que ya había vivido. Los pies se mantuvieron firmes mientras el cigarrillo a medio consumo se apagó y murió junto al resto de las colillas; los pies no se sacudieron con aquella movida tectónica, sólo la cabeza.
He de decir que el celular vibró y sonó más de lo que quizá se movió la tierra porque, vuelvo al punto: no sentí nada. Nada como cuando besas a una desconocida que se mantiene tal cual, como alguien que no sabe nada de nuestra vida ni nosotros de la suya; no sentí nada, justo como cuando estás ebrio y te das un golpe en la rodilla.
“Todos bien, sólo es el susto, acá no llegó, estuvo horrible…”. Leía y leía y la realidad es que no entendía nada, porque patéticamente, no sentí aquello de lo que la gente hablaba, lo único que percibía era esa turbulencia en la mente y ese sabor seco en la boca, y nada más.
Y es que, lo absurdo de aquella sensación indolente, fría y distante, es que recuerdo haberla vivido, y en definitiva, no quería sentirla de nuevo conmigo. Ya había ocurrido antes, y ahora parecía acecharnos con la mandíbula a punto de cerrarse sobre nuestro mundo en un suspiro, todo mientras causaba una sacudida de 7.1 grados, y nos dejaba más réplicas que las memorias de otros años y de los pasos dados.
Arreciaba la lluvia sobre las calles aún dispersas y tristes por aquel temblor. Aún había falta de color en las mejillas de muchos y el amargor de otra noche de pesadilla se volvía un ente humeante, un ente que se tornaba niebla espesa y destellos en el cielo mexicano, como si los dioses volvieran a casa para reclamar lo que era suyo, y que yacía debajo de nosotros y nuestro espanto.
Déjà vécu, ¡eso ya sucedió! Y sí, a todos nos aterró. Eso que sucedió no lo sentí de nuevo, porque con una sola ocasión, bastaba para volver a experimentar miedo.
¡Hasta el próximo jueves!
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