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Letras y Memorias

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Letras y Memorias

La rareza de la ausencia

Una semana atrás, escribía en este mismo espacio, sobre la extrañeza que significa que un día el mundo esté completo, y, justo en el próximo parpadeo, ya hayamos perdido un poco de lo que daba sentido a todo. 

Nunca estamos listos para esto, menos cuando la sorpresa de una partida nos abofetea en la cara y la guardia se encuentra baja… nunca estamos listos para esto, para la repentina e inesperada noticia de que alguien que llevaba luz a todos los espacios, de pronto vio apagada la suya. 

Uno simplemente va por esta vida tratando de dejar huella, y cuando lo pensamos así, se atraviesan ideas sobre conquistas, premios, nombres labrados en mármol y letras de oro pero, hay algo superior a esa banalidad, y es la memoria que impregnamos en quienes tienen la oportunidad de conocernos.

Hoy que pienso en Héctor mientras escribo esto, me resulta inevitable sentir el corazón apachurrado y la cabeza sacudida, pero a la par, así como me siento desfasado, resulta obligado e inevitable evocar a esas memorias dulces, alegres, amenas y llenas de luz que, quien escribe, siempre recordará en alguien como el amigo que se fue. 

Cuando pienso en la partida del profesor cool que usaba camisas tan radiantes como su actitud, sólo tengo sonrisas y una que otra carcajada provocada por el ambiente de trabajo en esas aulas donde nos hablaba de medios impresos, diseño, ilustración y edición de video. Cuando pienso en su partida, a mi mente viene ese salón lleno de computadoras en donde la música pop nos ponía felices y sus ánimos brindaban la fuerza para dar un extra mientras intentaba salvar todo un semestre.

A Héctor le recuerdo con mucho cariño porque era el portador de luz de ese pasillo, y en ocasiones también de esas jardineras en donde el alumnado de Ciencias de la Comunicación buscaba con desesperación un encendedor para prender el cigarro, recibiendo siempre el auxilio de Héctor, quien solidario no sólo te compartía el fuego como Prometeo, sino que te regalaba un cigarrillo mentolado si es que a ti te hacía falta y el estrés te comía toda señal de calma.

Héctor no sólo era nuestro profesor, era nuestro amigo, era y será siempre parte de esa camaradería que uno va conociendo conforme pasan los semestres persiguiendo un sueño común. 

Hoy me siento golpeado, pero muchas veces me sentí así en la universidad y en varias de ellas, una carcajada con él, un cigarrillo y unas buenas canciones en su aula, reparaban o hacían que se desvaneciera la penumbra. 

Anda y ve, sigue siendo ese portador de luz y fuego, sigue siendo el profe de la sonrisa cálida y el apoyo sincero, porque allá donde estés, seguro que habrá alguien que necesita de ello. 

¡Hasta siempre, Héctor Inn!

Postdata: Me quedo con todo lo que aprendí de ti, y no precisamente en el aula, sino en la jardinera, cuando fumábamos luego de una jornada larga.