
Le Présent
Lo pasado, pasado, sí me interesa. Todo lo de ayer y el día anterior a eso, me tiene acá, sentado contemplando el vacío espacial que pinta en los ojos tantas posibilidades como granos de arena en una playa.
Nos agobia, como especie, no saber qué hacer con lo que tenemos y en cambio, ponemos nuestra fe en esperar siempre mejores tiempos o dando tumbos añorando cambiar una decisión de nuestro ayer. Desgastamos las energías en crear utopías que se derrumbarán con apenas un suspiro, y maquinamos planes para poder viajar en el espacio-tiempo hasta un pasado que, de cambiarlo, seguro empeoraría el ahora.
Dicen que hay dos días, sólo dos, en los que una persona no puede hacer absolutamente nada por cambiar sus rutinas o vidas: el ayer, y el mañana. Ayer, porque no hay poder humano ni divino que nos permita modificar las decisiones que ya se han consumado, y mañana porque no existe siquiera la certeza de que vayamos a estar aquí, en el mundo de los vivos.
Los conceptos de tiempo los tenemos muy claros desde que empezamos a ir más allá del estudio del abecedario o las sumas de dos cifras. Sabemos bien que futuro es todo aquello que ocurre apenas un segundo después del momento preciso en que estamos parados, y pasado es justo lo que queda detrás nuestro, todo cuanto dejamos a partir del instante en que nos encontramos.
Realmente, ¿cuántas veces pensamos en el presente como lo único que tenemos seguro? Son pocas, me atrevo a decir que casi escasas esas ocasiones. Tenemos tanto ruido en la cabeza por causa del ayer y el mañana, que jamás damos un vistazo real a lo que vivimos justo ahora, justo ahora mientras escribo todo esto, por ejemplo, o justo ahora mientras ustedes lo leen. No pensamos con sabiduría en el hecho de que, extrañamente, aquello que en el momento no disfrutamos, es algo que se tornará irrecuperable, pues se vuelve parte del pasado. No pensamos sabiamente en que los momentos, el tiempo nuestro, las palabras o canciones, se quedan en lo que vivimos apenas en el ahora, porque mañana puede que no las tengamos de nuevo.
Hace algunos días, mientras veía fotografías viejas tomadas allá por el lejano 2013, me puse a analizar cada detalle de las imágenes y, es obvio que concluí que el tiempo hace de las suyas: más cabello en la cabeza, menos barba en la cara y no tanta fatiga como ahora que uno es un adulto… noté entonces que por más que quisiera volver en el tiempo a ese preciso lugar y momento en que fueron tomadas las fotografías junto a mis amigos, no cambiaría nada de aquella escena, así como no cambiaría nada de lo que justo ahora estoy viviendo.
He aprendido por la ciencia-ficción de las películas o historias literarias, que cualquier diminuto ajuste en la línea temporal puede ser garrafal para la realidad que hoy nos envuelve, así que, para evitar tragedias o variantes importantes en lo que hoy vivo, lo mejor será dejar el pasado allá, intacto pero siempre presente, porque no quiero que lo que puedo vivir con tanta pasión a diario, en el día a día, un paso a la vez, se pierda y no lo recupere jamás.
Solemos pensar tanto en otros tiempos que, nos olvidamos de que el presente es lo único que sí existe y podemos palpar, sentir y abrazar. Olvidamos que el ayer y todo cuanto ocurrió, resulta irrecuperable y que, el mañana y cuanto pueda traer consigo, es un misterio más grande que lo que ignoramos del océano, así que la única salida lógica al misterio de la vida y el espacio-tiempo, es saber aprovechar cada día, cada hora y hasta el más mínimo instante, porque no sabemos si ayer fue la última vez que le dijimos a alguien “te amo”, ni sabemos si mañana el gato celestial que acompaña nuestras vidas, podrá maullarnos de nuevo.
¡Hasta el próximo jueves! (Bueno, eso espero).
Postdata: Que no los agobie nada, ni el mañana ni el ayer, pues a cada día le basta su propio afán.
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