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Letras y Memorias

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Letras y Memorias

Si se acaba el mundo, yo la tengo a ella

Mamá: Recuerdo muchos días alegres de mi infancia, una etapa que ciertamente se ha prolongado hasta entrados mis 26 años, en donde el acompañamiento perpetuo ha sido el tuyo, sin dejar de lado naturalmente a mi hermano, mi padre y quienes vieron mis pasos y zancadas. Recuerdo muchos días alegres en donde, sin importar que pasara, tú estabas y permanecías hasta cuando mis enojos y arranques de furia no lo merecían. 

Supongo que es esa la esencia de la maternidad, el estar y permanecer sin pedir nada a cambio, y sin esperar nada salvo una mirada sincera y el abrazo que sea pago por tan noble labor, que es la de iluminar vidas en medio de una penumbra densa como la que por lapsos nos envuelve en este plano. 

Recuerdo mucho todo de ti, recuerdo tus lecciones de lectura cuando te desesperaba mientras leías “Del amor y otros demonios”, que justo hoy es mi novela favorita, y puede que ese momento definitivo sea consecuencia de tus noches leyendo en aquella recámara de nuestra vivienda en San Francisco Chilpan. Recuerdo la emoción con que me motivabas a saludar en tu vientre a Eduardo, y recuerdo mucho cuando me visitabas una o dos veces al mes en la casa de mis abuelos, viajando horas del trabajo al rancho sólo para verme. 

He de confesar que aún no tengo el valor de leer el diario que me escribías estando lejos. Aún me rompe abrir esas páginas y pensar en la lejanía que nos marcó y terminó por unirnos con mayor fuerza que lo hizo el cordón umbilical estando en tu útero. He de confesar que amo en demasía saber siempre guiado y protegido por ti. 

¿Sabes? Siempre he considerado que si pudiera ser otra persona, mis primeras opciones habrían sido Alejandro Magno, Gabo o Yuri Gagarin, aunque ahora que lo reflexiono, es altamente probable que mis héroes no logren compararse con la maravilla que resultas cuando entras en la cocina y vuelves los ingredientes obras de arte, mucho menos cuando se trata de confortar un corazón roto hasta tornarlo en un diamante; no hay virtud alguna que iguale el pundonor con que me has apoyado y has sacado adelante este hogar.

Cada que das un paso, me veo forzado a dar dos, porque siempre ese primer impulso es la muestra que pones y, con la que me enseñas que en este mundo siempre tenemos opciones, anhelos y metas, que sólo se alcanzan con sacrificio y amor por todo cuanto hacemos.

Hoy no tengo las palabras perfectas para expresarte que el mundo puede acabarse y no me importará nada más, salvo el hecho de que permanezcas conmigo siempre. Sé que algún día deberemos despedirnos, pero mientras eso ocurre, pediré que la vida sea suficientemente benevolente como para dejarme estar a tu lado más años, y devolverte lo que has hecho por mí, y por todos. 

Gracias por tanto, y disculpa si no te he dado todo. Te mereces el mundo entero y yo nomás tengo un puñado de sueños.

Posdata: ¡Te amo, hasta el fin!

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