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Letras y Memorias

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Letras y Memorias

La maldición del conocimiento

Desperté con el cuerpo hecho trizas, como cuando uno se ejercita durante horas y al día siguiente los músculos se sienten pesados y el aire en los pulmones pesa también. El sabor ácido en la boca hacía suponer la tragedia nocturna que pudo ocurrir y que, en efecto, sucedió sin que dejara huella en mi mente.

“Piensa, intenta reconstruir todo”… nada. La cabeza me jugaba una mala pasada, y mientras más se buscaban los pedazos de la velada previa, más intenso era el dolor en las sienes. No había registro alguno de lo que pasó, de lo que hice o fui; no había nada en la memoria, ni letras ni números, ni rostros o sonidos, no había nada.

Quise moverme de la cama en donde amanecí, y a la cual, no supe cómo llegué. Los latidos del pecho tenían ritmos raros, como si en mi tórax primero sonara “La Cabalgata de las Valquirias”, y de tajo se transformara en una lenta, muy lenta balada mexicana. En días pasados la música resolvía agonías, y hoy retumbaba tanto en el corazón, que no daba paso a una sanación, sino a lo opuesto.

“Piensa, intenta reconstruir todo”… nada. Seguía con ese nada fructífero esfuerzo por recordar la noche previa. No lo conseguía, y por tanto el dolor de cabeza y de espíritu se hacían más intensos, es frustrante no lograr siquiera controlar los pensamientos propios, lastima que incluso nuestra propia mente sirva como calabozo y torture al resto del cuerpo por causa de una memoria pálida, manchada, con un hueco tan grande todo lo hecho y vivido, puede desaparecer en apenas un minuto, o una hora, ya no sé.

Aún tenía puesto el reloj, marcaba las 4:35 de la madrugada, creí ver clarear el día pero al parecer nomás fue un destello creado en la mente, que de manera paradójica se creaba escenarios nuevos y no me permitía acercarme a entornos verdaderos, reales, de esos que sé que pasé y viví, pero que no terminaba de entender.

Cansado de recordar sin éxito, me senté en el borde de la cama, lleno de una enorme amargura no por el sabor pesado del alcohol y tabaco, sino por lo penoso que era no poder ser maestro de mi propia mente, de mis sensaciones y recuerdos, como si de pronto ya no me perteneciera nada de lo labrado.

Volví a cerrar los ojos y caí en un transe, me tumbé en la cama esperando que el alma saliera del cuerpo y recorriera otros sitios intentando recuperar mis memorias perdidas. Con total libertad la forma astral mía caminó por las calles caminadas la noche previa, se detuvo a analizar las conversaciones y los rostros que me saludaron, y se sentó en el césped de la finca mientras las aves cantaban y ahora sí, clareaba la mañana llena de bochorno y un espesor en el aire, propios de un clima tropical y de reposo.

Volví en sí, y finalmente lo resolví: la noche previa no supe nada de mí porque me embriagué, canté alegre y lloré con nostalgia, y lo peor dentro de esa resolución, es que pese a saberlo, sigo sin entender cómo pasó, y por qué. 

¡Hasta el próximo miércoles!

Postdata: Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia. Salud, pues.

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