Leer es ante todo irresponsabilidad, gozo puro

Leer es ante todo irresponsabilidad, gozo puro

LAGUNA DE VOCES

Por alguna razón descubrimos al recordar tiempos idos, que leímos con más gusto y constancia cuando viajábamos en autobús a la escuela, sin otra preocupación que soñar lo que el autor del texto soñaba, y en su momento pasar los exámenes. Sin embargo los largos viajes con el paisaje como única ocupación cuando no habían tenido la ocurrencia de instalar pantallas de televisión para ver la película de moda, era un camino directo al libro y por lo tanto a la imaginación.

Buena parte de la literatura que leí con más gusto fue hecha en camiones. Primero cuando tardaba casi dos horas para llegar a la universidad, y luego de comprobar que era imposible mantenerme despierto si insistía en querer aprender casi de memoria el texto de Marta Harnecker, “Los conceptos elementales del materialismo histórico”. 

Lo mismo me pasaba con “La Ilíada”, que no con “La Odisea”. Harnecker y Homero se convirtieron en la fórmula mágica para conciliar el sueño apenas 15 minutos después de subir al autobús.

Hasta que un día cualquiera me acordé de los libros que un maestro de Taller de Lectura y Redacción nos recomendó, “léanlos como Dios les dé a entender. Si les gusta subrayar háganlo, pero es algo inútil porque nunca van a volver a esa cita. Disfruten, sin orden de ningún tipo. Si las primeras páginas los atrapan quédense, no abandone el libro, además de que no podrán. Si les resultan aburridas no sigan. Disfruten, gocen, que leer es asunto de saborear, de sentirse a gusto”.

Me acordé de García Márquez y su reportaje del “Relato de un Náufrago”, luego de Benedetti y “La Tregua”, y comprobé que ya no me toponeaba contra el vidrio, ni babeaba hasta llegar a mi destino. Empecé a gozar la lectura, a leer por el simple gusto de hacerlo, a lo mejor sin acordarme después de lo que trataba el libro, pero seguro de que había estado en un mundo único.

Dostoievski se sumó con tamaños librotes que despiertan la pregunta de siempre: “¿a poco ya leíste todo el libro?”. De “Crimen y Castigo” a “Humillados y Ofendidos”, hubo un mar de historias que me tuvieron con el alma en un hilo, y los ojos bien abiertos.

Luego todos los del boom latinoamericano, los que descubría por recomendación de alguien que había tenido más oportunidad de visitar mundos desconocidos para mi hasta ese momento.

Después dejé la carrera y llegué a Pachuca. Sin autobús de por medio comprobé que era difícil recuperar la afición de leer por el puro gusto de hacerlo. Leía pero hacía fichas absurdas que luego perdía. Si leer no implica la irresponsabilidad absoluta, no tiene sentido.

Hasta que tuve que viajar todos los días para terminar finalmente una de muchas carreras que acostumbraba iniciar para dejar mochas, truncas es la palabra.

Tomar el Flecha Roja todos los días a las 5:20 de la mañana en la Central Camionera me aseguraba llegar a la primera clase, pero también correr el riesgo de que no sirviera el foquito que acompañaba cada lugar. En muchos casos no funcionaba.

Pero volví a leer por el puro gusto de hacerlo, y eso me sorprendió, me dio la oportunidad de volver al gozo fundamental del que se mete a historias, que le hacen más llevadera la vida simple de quien va a la capital del país para terminar una licenciatura, que ni entonces ni ahora piden para trabajar en medio de información alguno.

Leer es un acto de indisciplina, de desorganización absoluta. Hacerlo en sentido opuesto es absurdo y un atentado contra los que simplemente un día se pusieron frente a la máquina de escribir, ahora computadora, y con la misma irresponsabilidad del potencial lector, escribieron, escribieron y escribieron… por el puro gusto de escribir.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta

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