Lecciones de los maestros

CONCIENCIA CIUDADANA
 “Un buen profesor está siempre enfermo de esperanza”.
George Steiner, Una Lectura bien hecha

Murió  Georges Steiner el pasado día 4 de éste mes. Steiner fue un profesor universitario de literatura, escritor, crítico literario y filósofo cuyo libro “Lecciones de los maestros” me atrapó desde sus primeras líneas.
    Un buen libro es así,  despierta en nosotros el deseo de seguir en contacto con él, como si se tratara de un amor a primera vista; aunque  su origen se encuentre en la mente y el corazón de quien lo redactó con el deseo de que alguien lo llegue a encontrar, como lo hace un náufrago con un mensaje guardado en una botella arrojada al mar.
Un buen maestro desempeña un papel semejante a un buen libro en su relación con sus alumnos y a éste tema dedica Steiner su Lecciones de los maestros donde, lejos de ocuparse en las  normas pedagógicas o instrumentos didácticos que usualmente se destinan a la capacitación de los mentores, recupera la memoria de los grandes educadores que en la historia han sido, no sin advertirnos la magnitud de su tarea y los obstáculos que enfrenta el verdadero maestro:
“La enseñanza auténtica puede ser una empresa terriblemente peligrosa. El Maestro vivo toma en sus manos lo más íntimo de sus alumnos, la materia frágil e incendiaria de sus posibilidades. Accede a lo que concebimos como el alma y las raíces del ser, un acceso del cual la seducción erótica es la versión menor, si bien metafórica. Enseñar sin un grave temor, sin una atribulada reverencia por los riesgos que comporta, es una frivolidad. Hacerlo sin considerar cuales puedan ser las consecuencias individuales, es una ceguera. Educar es formar a los alumnos para la disconformidad. Es educar a los discípulos para la marcha” (pp. 101-102) 
Esta perspectiva del maestro no es muy popular en nuestro tiempo y circunstancias, y quizá el significado que Steiner tiene de la educación podrían dejar indiferentes a muchos de quienes se dedican a actualmente a ella, toda vez que  en nuestros tiempos  la valía de un maestro se evalúa en términos objetivos, tales como la posesión de un título, las competencias de productividad y otros indicadores que legitiman el status de sus poseedores, sin necesidad de recurrir al reconocimiento de sus alumnos, el respeto social o la memoria de su legado  a lo largo de sus años de servicio.
En cambio, para Steiner el valor de los maestros tiene que ver con el carácter personalísimo de la obra realizada en sus alumnos, así como la pasión y  entrega  puesta en su tarea y la ejemplaridad de su vida. La característica fundamental del Maestro (así, con mayúsculas) se encuentra en su entrega absoluta a la formación de sus alumnos o como Steiner les llama, sus “discípulos”, término chocante para los tiempos  actuales en los que el alumno ha tomado – según se afirma insistentemente-, el papel activo de su propia formación, olvidando la importancia de la relación personal con quien lo educa; ideal que constituyó el núcleo de la formación humana  en todas las culturas del pasado, en las que el alumno recorría el largo camino del aprendizaje a la sombra protectora –a veces benevolente, a veces tiránica- de un guía espiritual y moral.  Pero  no sólo en tiempos remotos:
“Ulam rememora con turbulento gozo su aprendizaje en la Polonia posterior a la guerra. En aquella época en la que pocas naciones estaban a la altura de los matemáticos y los lógicos formales polacos. Lo que se deja ver en el relato de Ulam es la intimidad creativa entre profesor y alumno una vez que éste ha dado muestras de ser realmente prometedor. …Entre clase y clase, Ulam se aposentaba en los despachos de los profesores, absorbiendo, casi subliminalmente, sus abstrusas habilidades. El obsequio decisivo que un Maestro hace a un discípulo es el de la conjetura, un problema, un teorema todavía no probado” (Op. Cit., p.159)
Steiner se afanó en relacionar la grandeza de los grandes maestros del pasado y el presente con  el refinamiento de la civilización occidental a la que él alaba por sus logros; pero aunque pongamos en duda tal preeminencia, es preciso reconocer que toda sociedad genera instituciones que permiten reproducir usos, virtudes, capacidades y capitales culturales que pueden conducirla al éxito o al fracaso y que, si  la cultura occidental es lo que es, se lo debe en gran medida a la  institución magisterial -desde Platón hasta el propio Steiner-,  que fue capaz  transmitir y recrear su legado educativo y espiritual  a través de sus grandes guías espirituales. Pero lo mismo sucede en Oriente o el centro de África, o en cualquier otro sitio donde  el cuidado en la formación de sus integrantes cuente con un lugar socialmente privilegiado. Queda  por saber si  sucede lo mismo en nuestro propio medio, a fin de valorar el éxito o fracaso de nuestra educación, en la que aún hoy en día, la sabiduría del  maestro es tan desdeñada.
La época actual, nos dice, Steiner, es adicta a la irreverencia. La admiración que antes despertaban los Maestros ha quedado anticuada. Nuestros ídolos son de barro, y así nos gusta que sean; mientras que la sabiduría provoca risa. La democracia política se traslada al campo del intelecto ciegamente,  rechazando  la verdad de la aristocracia del conocimiento.  En un medio así, ¿es posible pensar aún que la función magisterial tenga futuro? Steiner es, melancólicamente optimista. Tal vez eso no sea posible, nos dice, pero es preciso que así sea.
El amor erótico al saber, la libido sciendi, el deseo de conocer, el ansia de comprender, está grabada en el corazón de los mejores hombres y mujeres. También lo está la vocación de enseñar. “Despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros, introducir en otros el amor por lo que nosotros amamos; hace de nuestro presente interior el futuro de ellos: ésta es una triple aventura que no se parece a ninguna otra”.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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