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LEALTAD: UN VALOR QUE SE OLVIDA

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LEALTAD: UN VALOR QUE SE OLVIDA

FAMILIA POLÍTICA

Se quiera o no se quiera, se admita o no se admita, el PNR, su hijo, el PRM y su nieto, el PRI (tres personas distintas y un solo poder verdadero), a pesar de permanecer casi un siglo como “Partido” político en el poder, hoy, con un cúmulo de derrotas sobre su historia reciente, debe resistir las críticas que provienen tanto del fuego amigo como de los adversarios, aunque, desde su origen, prevalecen varias verdades incontrovertibles.

En realidad, el Instituto Político de la Revolución, jamás fue un “Partido”, en el sentido doctrinal del concepto; no nació para luchar por el Poder, el Poder lo engendró para garantizar su propio control. Concluida la etapa armada de la contienda revolucionaria, los caudillos y grupos emergentes reclamaban su tajada en el reparto del botín, siempre con el amago de provocar una revuelta para obtener lo que consideraban “justicia de la revolución”. Así, era prácticamente normal que en cada cambio de gobierno federal y estatales, se apoyaran los distintos aspirantes con las armas en la mano. Es de recordarse, por ejemplo, la célebre entrevista del periodista Regino Hernández Llergo, al Centauro del Norte, ya pacificado y trabajando aparentemente tranquilo en su hacienda de Canutillo, cerca de Parral, Chihuahua. Ante su interlocutor, Francisco Villa se declaró partidario de Don Adolfo de la Huerta, para ocupar la Presidencia de la República, pero no resistió la tentación de afirmar que, a una palabra suya, México se levantaría en armas. Seguramente algo similar pensarían otros hombres fuertes como Zapata, Obregón, Calles o el propio de la Huerta… La paz en el país era precaria; así lo advirtió el General Plutarco Elías Calles, quien (dicen que inspirado en el libro “Mi Lucha” de Adolfo Hitler) decidió integrar un gran frente en el que cupieran todas las corrientes triunfadoras de la contienda armada, bajo un solo mando y por periodos constitucionalmente previstos, con una alternancia que enseñó a los grupos belicosos a entender el valor de la disciplina. 

En este escenario, Don Plutarco se erigió en Jefe Máximo de la Revolución, creador del llamado “Maximato”; él logró gobernar sin ocupar personalmente la Silla del Águila, por medio de tres presidentes electos (Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez). El General Lázaro Cárdenas del Río terminó con esta situación anómala, devolvió su dignidad a la figura presidencial y dio paso a elecciones regidas por las instituciones (PRM).

Este panorama histórico de la República se trasladó a los estados, en los cuales subsistían grupos de presión identificados con caudillos nacionales y locales. En todos se reprodujo el modelo de la estabilidad partidista: la reiterada disciplina como valor supremo y la esperanza de que algún día, los órganos de decisión reconocieran méritos y valoraran el tamaño real de cada base social. Los líderes regionales, ante una decisión adversa, se llenaban de coraje por la “ingratitud” del grupo gobernante; el Caudillo rumiaba su venganza, pero poco a poco sus ímpetus belicosos se apaciguaban en aras de algunos cargos menores presentes y un futuro promisorio.

Hidalgo fue de los últimos reductos que demostraron la eficacia del sistema; sin embargo, esta etapa llegó a su fin. La visión de los vencidos está ahí, aunque sabemos que se acabó el ciclo; los que llegan, se sienten (tal vez con razón) investidos de una gran representatividad y de manera congruente con ella, deberán gobernar con pulcritud, si quieren que su ciclo prolongue su vigencia. 

Los que se van, están obligados a cargar sendos costales de basura que durante seis años se acumuló, sabiendo que este momento llegaría. Al final, cada funcionario tendrá que llevar a cuestas los fardos de sus errores, reales y/o creados por una opinión pública resentida y muchas veces ofendida con razón. Algunos sectores de la prensa y de las redes sociales, encontrarán el momento idóneo para vetar aspiraciones indeseables y encarecer perfiles y cualidades de los amigos.

Desde luego, donde quiera que haya un río revuelto, los pescadores aprovecharán lo agitado y turbio de las aguas para lanzar sus redes y disfrutar el sabor de la venganza, aunque ésta sea un platillo que se come frío. 

Otros, más allá del bien y del mal, tenemos motivos para agradecer a los que se van, sus actos de profesionalismo y ética política que nos beneficiaron en lo personal. Es claro que no comparto ningún intento de linchamiento, bajo el influjo de interesados criterios.

El equipo que se va tomó importantes decisiones en su tiempo, es responsable de lo bueno y de lo malo que aconteció bajo su mandato. Posiblemente tendrá pocas gratitudes y muchos detractores, enfermos de amnesia política. 

El equipo que llega, de momento gira en torno a un solo hombre; quien debe estar provisto, por lo menos, de una tercia de cualidades: saber hablar, saber escuchar y saber delegar. Los grupos más cercanos a su confianza, deberán entender que se inicia una gran jornada de trabajo y que su única lealtad debe ser para el Gobernador. La información es instrumento básico para la toma de decisiones, pero puede transformarse en desinformación, cuando no se puede separar la verdad de la mentira; la intencionalidad subjetiva de la descripción objetiva de los hechos; pero, sobre todo, los que se van y los que llegan, deben recordar el sabio dicho: “Como te ves, me vi; como me ves, te verás”. 

Nunca será demasiado temprano para llevar hasta los últimos rincones de nuestra patria chica, un bálsamo que propicie la curación de las heridas. Esto es, urge la “operación cicatriz”. 

Hay una variante en el epígrafe de Fouché, que encabeza este artículo: “Los carniceros de hoy, pueden ser los cerdos de mañana”.