Las vicisitudes de nuestro propio camino (II)

Conciencia Ciudadana
 

No ha sido fácil para nuestros pueblos y naciones latinoamericanos, encontrar su propio camino hacia la libertad. Acosados y sometidos desde su nacimiento por un sinnúmero de males y desastres causados por fuerzas internas y externas en mantener el statu quo originario,  tal parece que estaríamos condenados si no a desaparecer, a permanecer en un estado de supeditación e indefensión frente a sociedades más potentes y técnicamente capaces de someternos una y otra vez al yugo y las lacras crónicas padecidas desde nuestro nacimiento.
   En sentido contrario al pregonado por teorías filosóficas, políticas y sociales dominantes-, la sociedades como la nuestra no son producto de un pacto o contrato social surgido por el acuerdo hipotético entre individuos conscientes, autónomos y con voluntad propia que decidieron ceder voluntariamente una parte de sus propias capacidades y propiedades para lograr un estado de cosas que les permitiera garantizar la libertad, la paz y el progreso de todos. Esta ficción, como se sabe, es la piedra de toque del estado moderno y, por tanto la base teórica del derecho positivo que en general,  rige a la mayoría de las constituciones políticas actuales. 
    Pero sucede que el Contrato Social que desde Rousseau hasta  John Rawls fundamenta al estado moderno no parece explicar el origen de sociedades que, como la nuestra, surgieron de una infamante  guerra de conquista llevada a cabo violenta y sistemáticamente por potencias técnicamente avanzadas contra  naciones situadas en un momento histórico diferente al suyo;  culturas neolíticas que, pese a su alto grado de desarrollo filosófico, científico y cultural, no contaron con la estrategia  y la capacidad tecnológica necesarias para enfrentar con éxito a sus  invasores aunque, en algunos momentos, estuvieron a punto de lograrlo. 
   De ese modo, si para el derecho moderno el  hipotético contrato social constituye el origen de sociedades libres, justas e igualitarias;  no puede concebirse  bajo ningún punto de vista, que  un estado de cosas que  tiene como origen un acto de violencia e imposición forzosa del despojo, la corrupción y la violencia sobre los individuos y los pueblos pueda entenderse como un “contrato social”; el que significaría un acuerdo voluntario entre partes igualmente libres y capaces de establecer acuerdos racionales, justos y equitativos; pues, en nuestro remoto origen no hubo cesión equitativa alguna; ideal alguno, ni integración voluntaria  de los pueblos antiguos ni de los componentes de la nueva sociedad a un ente superior a ellos basado en un común acuerdo; porque sin la igualdad y el respeto a la voluntad requerida no puede aceptarse ni teórica (como ficción), ni prácticamente (como hecho histórico), el “contrato social” como fundamento legítimo de ninguna sociedad. 
   Pero aún cuando se considere que los estados modernos terminaron con el injusto estado colonial hace dos centurias, no puede  afirmarse que los Estados nacionales que la sucedieron  hayan logrado desaparecer  la estructura de dominio  esencial asentada en Latinoamérica desde la conquista, aun cuando los avances alcanzados en algunos de ellos, así lo pudieran hacerlo creer; pues basta una simple mirada a nuestra historia para comprobar que no ha sido así. En los hechos nuestras naciones latinoamericanas siguen  sometidas a la división mundial de trabajo dispuesta por el  capitalismo global pasando por alto sobre la soberanía de los  débiles estados nacionales de nuestra región.
  En conclusión,  el argumento formal del presente escrito es el siguiente: si las estructuras materiales, institucionales y sociales básicas del colonialismo producido por la conquista permanecen vigentes; entonces no podemos decir que el estado nacional  mexicano pueda identificarse  teórica y prácticamente como un estado moderno.  Al decir que se trata de sus estructuras básicas, pensamos en la existencia de cierto núcleo de condiciones cuya ausencia impediría al ente analizado poseer sus notas esenciales; aun cuando la presencia de otras estructuras o procesos,  por su carácter subordinado a las básicas, pueden coexistir  en la misma cosa sin que por tal razón dicha cosa sea lo que esencialmente pretende ser. En suma, si la sociedad mexicana u otra semejante cuenta con la totalidad de las condiciones  esenciales para serlo, puede decirse que es producto de un contrato social al estilo moderno; pero si no las tiene, aún contando con todas las características secundarias de dicho modelo, no puede calificarse como producto real de éste.
   Por supuesto, podemos hacer otra clase de inferencias mediante otras teorías, especialmente las hermenéuticas o dialécticas, pero por lo pronto nos detendremos en el formalismo anterior, por convenir a nuestro argumento. Y lo hacemos así no por gusto, sino porque precisamente es el formalismo del contrato social moderno el  que ha logrado ocultar el origen aberrante de nuestras sociedades y su pertinencia al “concierto de naciones modernas”, justificando con ello el statu quo y las formas de desarrollo actuales del capitalismo heredero del colonialismo. En suma, sostenemos que la nuestra es una sociedad que nació de la violencia y se sostiene aún mediante los mecanismos de corrupción, inequidad y enajenación a formas de pensamiento que le han sometido ideológicamente a los designios de los centros de poder mundial desde sus orígenes. 
Para superar tal estado de cosas es necesario comprender adecuadamente las características esenciales del llamado Contrato Social, a fin de comprobar si la formación original de nuestra sociedad mexicana contó con ellas al momento de nacer. En segundo lugar, mediante un análisis histórico-interpretativo, determinar si tales características constituyen el núcleo esencial del estado político actual para, finalmente, buscar las alternativas a nuestra mano para constituir un nuevo pacto social que responda a una ficción filosófica y jurídica fundante de validez general para nuestra convivencia social sobre bases auténticas, sólidas y libertarias.
Esta tarea, por supuesto, tiene un alcance mayor a un simple artículo de opinión y  ha de construirse mediante un esfuerzo colectivo de gran alcance tal y  como se ha propuesto en la actual coyuntura histórica iniciada por la cuarta transformación por el Presidente de la República, a la que todos los mexicanos comprometidos con el bien común estamos obligados a aportar nuestras capacidades intelectuales, políticas y morales.   
 Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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