Las vicisitudes de nuestro propio camino

CONCIENCIA CIUDADANA

    •    Desde los primeros años de su existencia, el pensamiento latinoamericano cuestionó la idea de que la ciencia, la filosofía e incluso la religión fueran verdades… 


Durante el último medio siglo ha venido conformándose en el pensamiento latinoamericano un movimiento  intelectual que recupera los conocimientos y valores de nuestros pueblos frente al predominio de la cultura occidental impuesto por los conquistadores europeos, más que por la razón, la persuasión o la comprensión a los pueblos conquistados, mediante mecanismos de coacción, engaño o violencia.
    Desde los primeros años de su existencia, el pensamiento latinoamericano cuestionó severamente la idea de que la ciencia, la filosofía e incluso la religión de la cultura occidental fueran verdades y valores absolutos. Quienes pensaron diferente, no dudaron  en sostener que el conocimiento y los valores de los pueblos conquistados podían ser diferente al de los conquistadores,  pero esto no los hacía superiores a ellos. 
Sin embargo, los invasores no cedieron y de una u otra forma lograron imponer la idea de que su conocimiento y sus valores éticos y morales contaban con el aval de la razón y, en consecuencia, los de los pueblos vencidos equivalían al error, la mentira y la falsedad. A estas conclusiones siguió la construcción del estado colonial como estructura indispensable para imponer su criterio a todos los colonos y  no sólo a los antiguos dueños de la tierra.  
Resistiéndose a la servidumbre de la inteligencia, algunos pensadores americanos se dieron a dilucidar de mil maneras la naturaleza propia del ser, el saber y el valor de sus propias sociedades; encontrando que la relación fundamental entre el pensamiento colonial y el colonizado residía ante todo, en el poder simbólico con  el que los dominadores imponían su visión del mundo y sus valores a los dominados, mediante una compleja estructura de poder verticalista y despótico. Así, se comprendió que el colonialismo no solo se ejercía por la fuerza de las armas, sino principalmente por el poder de las ideas trasmitidas mediante la religión, el arte, la moral y la estructura política impuesta por la nación dominante. 
La apuesta de quienes intentaban superar tal estado de cosas consistió en insertar sus luchas en el sistema de valores de la metrópoli gobernante,  como única posibilidad de contar con la legitimidad necesaria para transformar las condiciones de dependencia y sumisión padecida por sus pueblos. La adopción de las ideas “ilustradas” de Europa coadyuvó, sin lugar a dudas, a la transformación de los pueblos iberoamericanos, proporcionándoles las banderas de su liberación legitimadas por el pensamiento científico, filosófico o político enarbolado por los movimientos progresistas europeos.
Sin embargo, tal mimetismo agudizó la dependencia científica, cultural y política de los americanos a los criterios de legitimidad de la ciencia y los valores de Occidente; por lo que la aspiración independentista devino en un conflicto permanente causado por las hondas diferencias entre los modelos filosóficos y políticos adoptados formalmente (conservadurismo o liberalismo, etc.) y las condiciones materiales y espirituales de sociedades apenas liberadas de la férula colonialista; derrotada en los campos de batalla pero persistente no sólo en las condiciones económicas, sino políticas, religiosas y culturales.
La herencia fue, en casi todos lados, la persistencia del caudillismo, el militarismo, el clericalismo y las burocracias como los factores reales  de poder  hasta bien entrado  el siglo XX y ni siquiera los movimientos revolucionarios que más tarde intentaron sustituir la ficción burguesa por la utopía proletaria pudieron librarse de dichas contradicciones, aunque se vislumbraran en ellos los primeros intentos por encontrar el rumbo propio sin desprenderse de sus principios doctrinarios.
En nuestro país, la revolución mexicana de 1910-1920, tomó un rumbo singular y conflictivo; pues tras finalizar su período violento, surgieron con fuerza los primeros  intentos  en el terreno de la superestructura por construir nuestras propias visiones del mundo y de la vida. Lo mismo sucedió en países como Argentina y Colombia, coincidiendo todas; además, con  una serie de rupturas en la propia Europa (acaecidas  tras las guerras mundiales) cuestionando el discurso “decadente” de las grandes teorías sociales y programas políticos de la modernidad  tras el fracaso moral del liberalismo y su antagonista principal, el marxismo soviético y la espiritualidad religiosa occidental.
Pero mientras la revisión crítica de los viejos discursos en Europa derivó en un impulso  destructivo de la racionalidad moderna a través del deconstructivismo posmoderno y el fin de la historia del neoliberalismo anglosajón, eminentemente “ácidos”; en Latinoamérica surgió un renovado interés por el pensamiento crítico en las ciencias sociales alcanzando aún a la teología, renovadas en nuestro continente por los movimientos de liberación y democratización acaecidos desde mediados del siglo pasado, y continuadas prácticamente hasta nuestros días como continuación de la gran tradición histórica iniciada en los orígenes de nuestros países a partir del choque brutal de la conquista. (CONTINUARÁ…)
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS YA CON NOSOTROS.    

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