Home Nuestra Palabra Javier Peralta Las tragedias miden el temple del poder

Las tragedias miden el temple del poder

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Las tragedias miden el temple del poder

RETRATOS HABLADOS

Primero fue a las 7:17 de la mañana de 1985, después a las 13:14 del 2017. 

8.1 y 7.1 en la escala de Richter. Dos terremotos el mismo día con 32 años de diferencia. En el primero la cifra de muertos todavía es una duda, la cifra oficial es cercana a los cuatro mil, la de la Cruz Roja de diez mil, pero medios informativos internacionales insisten en que fueron arriba de 40 mil. En el segundo los decesos no alcanzaron los 400.

Como una historia constante de nuestro país, la solidaridad partió del ciudadano, de quienes decidieron salir a la calle para salvar a sus semejantes, en tanto que las autoridades habían quedado pasmadas sin saber a ciencia cierta qué decisión tomar, cómo actuar, a qué dar prioridad, y la forma de reducir al mínimo el impacto sobre un sistema político que desde entonces empezó a caer en picada.

Nada ha cambiado en los que tienen el poder en sus manos, como no sea las siglas del partido, y tal vez con más experiencia en las técnicas de comunicación para enfrentar crisis con el menor daño a su ejercicio del poder, siempre tendiente a que se convierta en algo eterno.

Pasamos de los terremotos a la pandemia, y en ambos el ciudadano logró descubrir con lujo de detalles, la pobreza, la miseria humana que generalmente cargan los hombres de poder, siempre más preocupados por conservarlo a cualquier costo, que por supuesto incluye el sacrificio de los que un día acudieron en tropel a votar por ellos.

Las tragedias revelan el temple real, la idea cierta del proyecto de nación que tiene un gobernante, que en palabras será el bienestar de los más desposeídos, la letanía de que primero irán los pobres, siempre los pobres, pero en la realidad, la cruda realidad, es que son los llamados en primer término al sacrificio de la muerte anónima, aplastados por toneladas de varilla y cemento; en el otro, ahogadas por la indiferencia, la necia actitud de no querer actuar a tiempo, porque reconocer equivocaciones tumba en el acto los sueños de quienes decidieron creerse infalibles, propietarios de la verdad absoluta, eternos en el poder.

Hay muchos aniversarios luctuosos que coinciden con el principio del fin de sistemas políticos que se pensaron destinados a nunca morir, a nunca irse.

En México abundan, pero ninguno tan claro, exactamente claro como el 19 y 20 de septiembre de 1985, del 2017, y el 28 de febrero de 2020, cuando se presentó el primer caso de Covid-19 en nuestro país, y se puso en marcha una estrategia de torpezas y actitudes que rayaron en el cinismo, para llegar a casi 400 mil defunciones reconocidas oficialmente.

Los terremotos dejaron en claro que la corrupción permitió la construcción de edificios con mínimas medidas de seguridad ante sismos; la pandemia, la incapacidad para enfrentar con honestidad mental un reto que estaba arriba de las capacidades para hacerlo. Lejos de aceptar ineficiencia, como siempre ha ocurrido en nuestra historia, se puso en marcha una estrategia para el dichoso manejo de crisis. Es decir, salir lo menos “raspados” del trance. Lo primero fue difuminar la realidad, transformarla a su gusto y conveniencia.

Al recordar a los miles de muertos por los terremotos de la Ciudad de México, y el país en general, también debemos hacerlo con los que un día cualquiera en la era de la pandemia desaparecieron para nunca volver a verlos, para recibir solo sus cenizas y no poder despedirnos de ellos con el abrazo y decirles que los queríamos, que los íbamos a extrañar.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta