Home Nuestra Palabra Javier Peralta Las locuras del poder

Las locuras del poder

0
Las locuras del poder

RETRATOS HABLADOS

Ningún mortal común y corriente, sin que lo anterior deba sonar peyorativo, tiene la tentación de ser eterno, y mantiene una actitud cuerda que le avisa constantemente sobre su frágil condición, que un día le permite estar vivo y otro ya no. Es una sabiduría que buena parte de la humanidad aprendió desde su mismo nacimiento: todo aquel que nace, necesariamente deberá despedirse un día, que jamás estará previsto ni conocido con antelación.

Solos los hombres de poder, y con ello me refiero a mujeres y hombres, desembocan en un momento determinado de su existencia, en la vana y absurda tentación de querer ser eternos, primero en el cargo para el que fueron electos por un tiempo definido, y después de plano, en el plano existencial. No reconocen límites cuando han sido tentados por la locura, que les machaca en la cabeza la idea de que la misma humanidad estará perdida si llegan a morirse.

El poder político es el más complicado de entender, el de tipo económico es más lógico, pero igual de absurdo. El primero se enferma con el aplauso, el reconocimiento, el trato que recibe casi de un Dios, y el grito de las multitudes que le dicen, “sin ti somos nada, sin ti, nada podemos hacer”.

Porque además el ser humano siempre busca la posibilidad de encargar su existencia a un grupo de iluminados, o a uno solo. La diferencia es que en toda la historia de la humanidad solo han existido unos cuantos, y los demás son un fraude monumental.

Pero todos, absolutamente todos, sucumben a la soberbia.

El que lo hace con dinero, un día cualquiera sabe que las posesiones no se pueden llevar, ni al cielo, ni al infierno. Y así, de repente, anuncia que donará la mayor parte de su fortuna a una fundación caritativa. Y lo hacen, porque saben que condenarse por adelantado no es buen negocio.

El político, ya convertido en semidiós, reniega de sus propias creencias y le da por querer instaurar el paraíso no solo en la tierra, sino el diminuto espacio de su existencia, en el que lo mismo profetizará que condenará a los malos de su historia que un día, por decreto, se declarará inmortal.

Dicho decreto siempre es un fracaso, por muy bien hecho que haya sido redactado.

Y entonces, ya difunto, es igual que todos los demás. Y su gloria que pensaba eterna, cuando mucho durará unos cinco o diez años.

Así es la vida.

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralata