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Las instituciones y sus depredadrores

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FAMILIA POLÍTICA

Los estudiosos del poder aconsejan como medida profiláctica para preservarlo, aniquilar al disidente, antes de que se declare como tal; cuando aún se comporta dentro del grupo con cierta disciplina.  El aislamiento puede ser físico (muerte o destierro); político (debilitamiento de su base de apoyo) o psicológico (destrucción de su imagen mediante la difusión de verdades vergonzosas o calumnias).  Según esto, quien aspira al poder sin el apoyo de un grupo está poseído por un estéril espíritu platónico.

“Cuando su árbol se cae
los moros se dispersan”.

Proverbio chino.

Concebir al hombre, como ente solitario, puede ser un interesante ejercicio teórico, pero nunca corresponderá a la realidad histórica o sociológica.  Ya lo sintetizó Aristóteles al definirlo como Zoón Politikón.  El ser humano es gregario por naturaleza.
    Llámese horda, clan, tribu, ciudad, Estado…  La formación de grupos, en el seno de: la familia, la escuela, la iglesia, la política o cualquiera otra institución, es un imperativo categórico, lo mismo que el antagonismo entre ellos.  Aunque persigan idénticos objetivos, entre los individuos como entre las naciones, el camino hacia el poder pasa por las diferentes células de sus organizaciones.
La dinámica del conflicto no sólo se da entre entes comunales, sino al interior de ellos; así por ejemplo se dice que “cada oaxaqueño es un grupo político en sí mismo y aun así tiene divisiones internas”.  En lo que a las normas de convivencia se refiere, lograr la homogeneidad colectiva es poco menos que una utopía.
Dentro de un grupo, los problemas casi siempre tienen como origen a un sujeto descontento, crónicamente insatisfecho; siempre dispuesto al disenso, a la oposición…  sin más motivos que su idealismo, su negatividad, su naturaleza tóxica y/o su capacidad para incitar al disenso y lograr notoriedad, jerarquía o democrático mandato.
Es conocida la anécdota de Bonifacio VIII, quien desde el poder aplastó a sus rivales y pugnó por la unificación de los estados papales; sin embargo la orgullosa República de Florencia defendió su independencia a toda costa.  En ese escenario, sobresalió la figura de Dante Alighieri como el orador más elocuente de la ciudad, republicano recalcitrante y líder moral del grupo gobernante.
El Pontífice se reunió con el poeta, en Roma; ahí lo entretuvo en “negociaciones”, hasta que Florencia se desmoronó por la ausencia del único hombre cuyo espíritu rebelde era capaz de convertir un rebaño de ovejas en una furiosa jauría.  Acusado de traición, sus antiguos seguidores le prohibieron regresar a Florencia, bajo pena de morir en la hoguera.  
Así, Dante, comenzó una miserable vida en el exilio.  Desterrado, deambuló por Italia, sin regresar a la ciudad que tanto amó, ni aún después de su muerte.
Ante individuos dotados de cualidades excepcionales, las instituciones parecen actores irrelevantes en el gran escenario de la historia; claro no todos los días (tal vez ni en todos los siglos) nacen un Gengis Kan, un Alejandro el Magno o un Adolfo Hitler.
En el más reducido teatro de nuestra Revolución Mexicana, caudillos fueron: Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (entre otros de talla menor); sin embargo el poder revolucionario se consolidó hasta 1929, con la fundación del PNR y la creación de todo un sistema de institutos políticos que logró someter a civilizadas reglas del juego a todos los grupos que emergieron triunfantes del conflicto armado y a los que se engendraron después, a su sombra o en su contra.  Claro que la Revolución devoró a sus propios hijos; de la larga lista de caudillos, sólo uno no “murió a balazos” (para utilizar la expresión del poeta tlaxcalteca Miguel N. Lira).
Los estudiosos del poder aconsejan como medida profiláctica para preservarlo, aniquilar al disidente, antes de que se declare como tal; cuando aún se comporta dentro del grupo con cierta disciplina.  El aislamiento puede ser físico (muerte o destierro); político (debilitamiento de su base de apoyo) o psicológico (destrucción de su imagen mediante la difusión de verdades vergonzosas o calumnias).  Según esto, quien aspira al poder sin el apoyo de un grupo está poseído por un estéril espíritu platónico.
Se estima que el régimen de instituciones contribuye a la estandarización y mediocridad de la clase política, por la disciplina a que todos los líderes se someten.  Cada día toma mayor auge la idea de que los partidos políticos están tan desprestigiados que ya no tienen poder; que los votantes se congregan en torno de figuras fuertes, carismáticas, poderosas…  sin importar su ideología.  
Así se tejen alianzas inverosímiles, crecen personajes mesiánicos, se desintegran los institutos políticos históricos, porque sus miembros destacados los dejan; olvidan sus lealtades ante la vana ilusión de conquistar cargos de elección popular por el camino de las candidaturas independientes.  Todo es cuestión de poseer una altísima autoestima; sentirse neocaudillo civil y desconocer la realidad electoral.
En estas elucubraciones, e interpretando pensamientos ajenos, alguna vez escribí el siguiente soneto:

MUERTO EL PERRO SE ACABÓ LA RABIA

En cada grupo, sociedad o clase,
Siempre hay un inconforme contra todo.
No encuentra en parte alguna su acomodo,
En romper estructuras se complace.

Conspirador, en la primera fase,
Se oculta entre la gente, codo a codo;
Después escribe, grita, mueve el lodo…
En caudillo se erige, de la base.

Insatisfecho crónico, sin cura,
Es al poder lo que la rabia al perro,
Con matices de mágica locura.

No lo alivian la fuerza del encierro
Ni la científica terapia pura.
Sólo sirven la muerte o el destierro.

Octubre, 2017.