Las huellas del musgo

Callejón de Sombrereros
Había nacido en 1921, en Viena, su madre era judía y tenía una hermana gemela: Helga. Según refiere en el texto que evoca aquel día, para ellos la guerra había empezado hacía mucho

En un correo fechado el martes 1 de noviembre, Christoph Janacs celebraba que Ilse Aichinger había cumplido 95 años con un poema: “Dover”
no me ahogo
aun cuando me hunda,
permanezco en la vida.
hábil con cierta renuncia,
dejo que persista el respirar,
que tampoco me falta
(siempre la siento como
una exigencia)
una inspiración aún,
entonces me envuelve olvidar
No era la primera vez que Janacs le dedicaba un poema a Ilse Aichinger; uno de ellos, incluido en el libro Sumava, se llama significativamente “Lehre” (lección).
Ilse Aichinger creía recordar que el 1º de septiembre de 1939, el día en el que, se sabe, el ejército de Hitler invadió Polonia, había ido al cine Sascha-Palast, en Viena, en el que los letreros prohibían la entrada a los judíos con una palabra: Judenverbot. Era el día de su cumpleaños. Había nacido en 1921, en Viena, su madre era judía y tenía una hermana gemela: Helga. Según refiere en el texto que evoca aquel día, para ellos la guerra había empezado hacía mucho: “Mi madre ya había perdido su empleo como médico escolar, había tenido que renunciar a su consultorio y su departamento, nos mudamos con nuestra abuela, mi hermana se había ido el 1º de julio a Inglaterra en un transporte que los cuáqueros atravesaban para los niños y jóvenes amenazados de Viena. El transporte partió de la Estación vienesa del Oeste al mediodía. Y cuando lo rememoro, ese 4 de julio me parece continuar con su calor ondulante, su esperanza, también emigrar, tener que pasar mucho más tiempo, como puede durar un día, para volvernos a encontrar, en Inglaterra o los Estados Unidos de América”.
Algo de su escritura parece estar hecha también del fantasma del tiempo, de esas presencias que se mantienen en calles, casas y paisajes que se han transformado y han sido ocupados por otra gente, otro devenir cotidiano, otros recuerdos. “Hoy”, escribió en “Hilfstelle” (puesto de socorro), “era jueves. Los otros días se llamaban ayer, antes de ayer, antes de antes de ayer o también mañana, pasado mañana, después de pasado mañana, se dividían las viejas cargas entre sí, pasado y futuro, se dividían inseguridad, miedo a las bombas y la policía del Estado, rumores, posibilidades de deportación, malas noticias”.
Dos años después del final de la guerra, Hans Werner Richter y Alfred Andersch, que habían editado la revista Der Ruf (La llamada), a la que tuvieron que renunciar por ser considerados “demasiado nihilistas” por las autoridades de ocupación norteamericanas, organizaron reuniones con antiguos colaboradores para sostener lecturas que propiciaban debates literarios, las cuales devinieron en la formación del Grupo 47, llamado así por el año en el que se creó. Entre aquellos que lo conformaban se hallaban Heinrich Böll, Uwe Johnson, Ingeborg Bachman, Paul Celan, Friedrich Dürrenmatt, Max Frisch, Günter Grass, Hans Magnus Enzensberger, Günter Eich, que conoció en una de esas sesiones a Ilse Aichinger, con la que se casó en 1953 y la cual fue reconocida con el premio del grupo por Spiegelgeschichte (Historia espejo).
Ya en 1948 había asombrado con una recreación de sus recuerdos: Die grösere Hoffnung (La esperanza más grande). “El secreto del arte de Ilse Aichinger”, sostiene Friedrich Christian Delius, “consiste en que hace el relato de nazis, judíos, asesinato sin recurrir a vocablos relativos a unos y otros. Con mayor precisión hace el relato de sueños y traumas bajo una banda dominante de asesinos. Permanece en el mundo de los sentimientos, en las fantasías, en las observaciones agudas, en la clarividencia y la renuencia de una niña, de una muchacha púber, Ellen, que desearía tener a su madre emigrada y no se conforma con ningún garante”.
El 11 de noviembre, Christoph Janacs envió por correo un nuevo poema dedicado a Ilse Aichinger:
lo desconsolado
no es: no hay consuelo
lo desconsolado
es que lo desconsolado
se experimenta íntimamente como
inconsolable
Ese viernes Ilse Aichinger había muerto en Viena.

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