LAS CUOTAS DE SANGRE

“Todo movimiento subversivo
necesita mártires”.

Conseja popular.

Todo orden establecido para perdurar tiene que basarse en la violencia, de jure o de facto.  En mayor o menor medida, cualquier Estado se sustenta en la fuerza.  Aun dentro de los sistemas más avanzados, en cada impuesto, en cada acto de autoridad subyace la estructura coercitiva; puede parecer invisible pero invariablemente se siente su presencia.

Por naturaleza, toda sociedad es más proclive al disenso que al consenso.  En los regímenes totalitarios se logra la unanimidad, no por la voluntad, sino por la fuerza.  En las democracias, todos opinan, la mayoría decide y la minoría debe disciplinarse, aunque pocas veces desaparece; antes bien, busca convertirse en mayoría.  Aprovecha para tal efecto, entre otras cosas, los errores reales o supuestos que durante su ejercicio cometen los hombres de poder.

El temor fundado es factor de gobernabilidad.  El miedo a la  violencia represiva coadyuva al mantenimiento de la paz.  Aun así, todos los sistemas económicos y políticos pasan, por lo menos, por tres etapas históricamente determinadas: surgimiento, auge y decadencia (Spengler dixit).

El sometimiento de los perdedores suele ser más formal que real.  Las inconformidades siempre están presentes, no solamente entre los humanos sino también entre dioses y semidioses.  En diferentes mitologías, como en la griega, los titanes se  rebelaron contra los dioses del Olimpo.  Dentro de la narrativa judaico cristiana, Luzbel, el ángel más bello, en su casi divina soberbia se alzó insurrecto contra el poder omnipotente de Dios.

Las rebeliones frustradas son el cultivo de los ángeles caídos; si sobreviven se convierten en génesis de las revoluciones emergentes.  La diferencia entre rebelión y revolución es que, la primera no prospera, se aplasta, se combate, se reprime… la segunda en cambio, triunfa y se consolida como orden constitucional

En la demagogia de la subversión se cita la frase de Jefferson: “El árbol de la libertad se riega con la sangre de los pueblos”.  Todo aquel que se autodefine como revolucionario actúa bajo el impulso de motivos que no siempre se inspiran en el bienestar popular.  En el subconsciente de los caudillos suelen agazaparse sentimientos de ambición (legítimos e ilegítimos), envidia, ansia patológica de poder y otras bajas pasiones que ensucian el alma.  Es cierto; se requiere carisma pero sobre todo paciencia, mucha paciencia, dinero, mucho dinero y sangre, mucha sangre.

El carisma es elemento esencial en la personalidad de los demagogos, cualquiera que sea su tamaño.  Las frases ingeniosas, los ataques sistemáticos a quienes ejercen el poder que envidian; las banderas que tremolan, aunque sus propios actos sean incongruentes… les ganan acríticos adeptos.  Toda su vida se encuentran en campaña.  No matan al sistema pero no lo dejan vivir en paz.

La paciencia es un elemento subjetivo; la perseverancia obsesiva hace que algunos pseudo mesías sean candidatos a cargos de elección popular tantas veces como su cuerpo aguante.  Siempre que pierden alegan fraude y renuevan su activismo para el siguiente periodo.  Por limitados que sean, aprenden de cada derrota; perfeccionan sus procedimientos; a la ideología suman tácticas guerrilleras; se infiltran con oportunismo en todos los movimientos sociales, independientemente de su causa y grado de autenticidad.  Así, esperan otros seis años sólo para volver a perder y volver a alegar fraude.

El dinero es básico para toda movilización social.  Mantener protestas prolongadas con gran número de participantes, requiere mucho más que saliva y promesas.  Aunque es verdad que no sólo de pan vive el hombre, nadie puede vivir sin comer.  Dos preguntas: primera ¿Cuánto cuestan diario las movilizaciones de la CNTE?  ¿De dónde salen tan cuantiosas cantidades, durante tanto tiempo?

En la rebelión, originariamente magisterial, ya corrió la primera sangre y ninguno de los aportantes era profesor.  Hace falta más para acusar al gobierno de represor, aún cuando la provocación sistemática es evidente.

¡Qué difícil es la ciencia del gobierno!  ¡Qué sutil el arte de gobernar!  Cualquier deficiencia en la información; un mínimo error de cálculo puede hacer que una manifestación aparentemente pacífica degenere en la aportación de un considerable número de muertos; chivos expiatorios que surgen de las organizaciones adherentes por idealismo, ingenuidad o engaño deliberado.

Posturas irreconciliables dividen a la población.  Algunos grupos representativos dicen: ¡Ya, basta!  Otros llaman al diálogo, aunque éste sea de sordos.  El gobierno espera, calcula, se informa.  La inmensa mayoría de los mexicanos confiamos en que se encuentre el mejor camino.

Quede claro: el poder público no amenaza, simplemente puede recurrir a la fuerza legítima que los Principios Generales de Derecho y la Constitución le otorgan.  Ojalá los puentes que se tienden logren su finalidad antes de que continúe la descomposición social hasta hacerse irreversible.

P.D. La sangre de policías, soldados, marinos… es estéril, nada abona al árbol de la desestabilización.

Julio del 2016.

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