Conciencia Ciudadana
Tanto en la vida cotidiana como en la opinión pública (por razones que no estamos en posibilidad de abordar en este espacio), las explicaciones de cualquier problemática social se inclinan hoy en día a expresarse desde la emotividad y la inmediatez, antes que con el distanciamiento y la reflexión. Actualmente, la objetividad no cuenta con buena fama. La “ciencia objetiva” ya no es suficiente para tratar de entender lo que sucede, y si solicitáramos que el debate en torno al feminismo que hoy se da desde el marco de una confrontación emotiva e inmediatista cambie sus confrontaciones por la prudencia y el análisis, no sólo atraeríamos sobre nuestra cabeza los verecundos rayos de feministas o antifeministas, sino que, tal vez, hasta terminaremos por unir a ambos bandos en contra nuestra.
Pero a querer o no esa es nuestra tarea, pues hacer conciencia ciudadana no solo requiere apasionada entrega, sino obligado y difícil razonamiento; gracias a lo cual, parangonando al viejo Lenin -a quien dicho sea de paso algunas revolucionarias llegaron a calificar de misógino- consideramos que “luchar y estudiar, estudiar y luchar” es aún una fórmula eficaz para la transformación social, por más que los impulsos y prejuicios en debate intenten imponernos sus visiones e intereses.
Para el emotivismo dominante, que encuentra las causas de la conducta social en el principio del dolor y el placer, las simpatías o antipatías, los odios y amores; la solución de los problemas sociales se encuentra en controlarlos, dejando en manos de la educación o las leyes -una por la buena y las otras por la mala-, la función de hacerlo, sin que hasta la fecha los resultados hayan sido realmente satisfactorios.
Mas si la solución del problema del feminicidio por ese camino es equivocado, ¿cuál sería entonces el rumbo que ha de tomarse para superarlo? No parece haber una sola solución, porque como se dice ahora, se trata de un “problema multifactorial”; pero si así es, no tiene entonces por qué desdeñarse algunas de las viejas herramientas que se han hecho a un lado esperando que el control de nuestros prejuicios o convicciones logren hacerlo. De ellas, escogemos, como es la costumbre de esta Conciencia Ciudadana, el auxilio de la historia, más no como un recuento de acontecimientos, sino como el esfuerzo para encontrar en ellos las contradicciones y síntesis que nos permitan darnos una idea más clara de las condiciones materiales, culturales y morales que la preceden.
En el caso que nos atañe, resulta necesario hacer el recuento de los procesos vividos por la sociedad mexicana en su conjunto para tratar de explicarnos por qué hemos llegado a tal grado de encono y agresividad contra el género femenino. Pero como se trata de una tarea monumental, y no tratamos de aburrirlos, basta con poner un ejemplo de lo que queremos dar a entender.
Revisemos a fondo los casos en que los feminicidios fueron tomando lugar en la vida de nuestro país. Desde la mitad del siglo pasado las maquiladoras (industrias extranjeras de ensamblaje), comenzaron a proliferar por todos lados, especialmente en la frontera norte. La estrategia laboral de dichas empresas consistió en contratar mano de obra femenina debido a su bajo costo. Las maquiladoras se llenaron de jóvenes obreras que por un salario de hambre trabajaban de sol a sol; mientras que los trabajadores varones no encontraban trabajo. Esto condujo a cambios profundos de la estructura social y cultural: las mujeres se constituyeron en el sustento familiar, en tanto los hombres se dedicaban a trabajos informales o ilegales, desvalorizando el rol social que les identificaba hasta entonces. La dificultad para contar con una compañía femenina permanente propició las agresiones sexuales contra las mujeres, especialmente contra las obreras maquiladoras que con frecuencia terminaba en su asesinato; en tanto que sus empleadores aprovecharon el terror extendido como arma de control de sus trabajadoras a fin de reducir su organización laboral. La maternidad en soltería se extendió entre ellas haciéndolas más proclives a la agresión masculina y a la adopción de adicciones hasta entonces alejadas de sus costumbres. Todo esto propició el incremento de la criminalidad que se extendió sin que los gobiernos hicieran nada importante por controlarla, pues tratar de hacerlo realmente implicaría cambiar las condiciones de trabajo y con ello, la posible huida de las empresas maquiladoras, con la consiguiente pérdida de empleos directos e indirectos y mayores problemas de gobernabilidad, amén de la pérdida de los beneficios adicionales obtenidos con la corrupción propiciada por los centros de vicio, la trata de blancas y el narcotráfico. En resumen: un círculo vicioso “multifactorial” donde los remedios públicos y privados destinados a reorientar la conducta individual de los involucrados en el problema resultaron sólo en un alivio homeopático, insuficiente para brindar soluciones de fondo a la condición vivida por toda la sociedad y no solo por las mujeres, aunque éstas fueran el eslabón más débil.
Demandemos pues, una atención más seria y de fondo al problema del feminicidio, dejando a un lado la ideología que ha tomado el control de la mayoría de los movimientos de este género centrada en propiciar cambios de conducta individuales; recuperando el valioso instrumento del análisis histórico y dialéctico, único que permitirá a los movimientos sociales encontrar el camino de su reconocimiento social y su proyección al cambio y transformación de las condiciones que hoy agobian a las mujeres de nuestro país y con ellas, a la sociedad entera.
Y RECUERDEN QUE VIVAS SE LAS LLEVARON Y VIVAS LOS QUEREMOS YA, CON NOSOTROS.