Mochilazo en el tiempo
Al combinar ácidos, plantas y algo más, los boticarios elaboraban medicamentos que curaban los males. Ahora, existen pocas personas que conservan esta tradición
Actualmente les llamamos farmacéuticos; pero en la década de los 40 y 50 a las personas encargadas de atender, eran llamados boticarios. Casi en cada colonia existía un establecimiento de estos.
Además, ellos hacían medicamentos y se basaban en Fórmulas Magistrales —un preparado realizado por el farmacéutico para las necesidades específicas de un paciente, bajo receta médica—. Todavía existen quienes realizan esta labor.
“La botica es donde se realiza toda la medicina oficinal —fórmulas establecidas en la Farmacopea Mexicana — y los preparados; en la droguería se almacenan las materias primas de sales, hierbas y todo lo relacionado con la industria. La farmacia no elaboraba recetas y surge con los inicios del antibiótico. Sólo es un punto de venta de los productos terminados por laboratorios”, explica en entrevista, Ignacio Merino Lanzilotti, presidente del consejo administrativo de la Farmacia París.
¿Qué era lo más solicitado en las boticas? “Agua de bilis”, usado cuando a las personas les provocaban corajes fuertes, platica Olivia Segura hija de Juan Segura —uno de las pocas personas que trabajaban en las cuatro boticas que existieron en Tenancingo, Estado de México—.
—¿Y para el mal de amores?
—Sí lo pedían. En ese tiempo había un polvo para maquillar muy fino y con un olor muy agradable de nombre “Ángel face” (aún existe), pero mi papá decía: ‘No era tanto el efecto del producto. Más bien, era por las indicaciones dadas’. Le recomendaban bañarse diario, arreglarse el pelo, lavarse la cara tres veces al día. A quién no le va a llamar la atención una persona bien arreglada, platica la señora Olivia Segura.
Algunas de las elaboraciones dejaron de prepararse, pues los ingredientes principales fueron catalogados como peligrosos. De la lista desaparecieron la “Pomada de papel” para quitar las verrugas (dejaron de surtir el ácido) y el “Ungüento del soldado” con el cual se eliminaba piojos con nitrato de plata, considerado tóxico).
Actualmente, “todavía preparo la ‘pomada mágica’ que mi papá hacía. Ese ungüento se usa para quitar rozaduras, disminuir dolores por golpes o rapones y evita infecciones”, platica.
Las boticas clásicas de México. Don Juan Segura estudió hasta la secundaria. Tenía 12 años cuando comenzó a trabajar con el señor Felipe, dueño de la única boticaria del pueblo, y don Mateo, el encargado.
Don Juanito, como lo llamaban los del pueblo, tenía el “deseo de ayudar a otras personas. Luchó por formarse y continuar con esta labor para apoyar a sus papás de manera económica”, relata doña Olivia Segura.
Don Juanito aprendió el oficio e inauguró su propio negocio. La señora Olivia Segura cuenta cómo en una hora él recibía hasta tres pacientes.
Una de las características de las boticas, por lo menos en los pueblos, era que había oportunidad de pedir fiados los productos. Si ellos no tenían dinero, pagaban con chayotes, gallinas o algún producto. Antes, don Juanito “daba las cosas gratis, pues era muy sensible ante las necesidades de los pacientes”.
—¿Cuándo comenzó a disminuir la clientela de su papá?
—Cuando salieron los genéricos, en los 90. La gente les tenía más fe que a los preparados naturales.
Ella hace poco más de tres años, intentó reabrir su local con el mismo concepto de farmacia antigua, pero no funcionó y cerró hace dos años: “Cerré porque la gente ya no conoce, ni pide los preparados. La gente joven ya no conoce las hierbas, las flores…”.
En julio de 1984 entró en vigor la Ley General de Salud y se pudo desarrollar la farmacopea mexicana moderna.
De botica a la farmacia más famosa de la CDMX
“Un asiduo cliente padecía de Alzheimer. Él salía de su casa y sabía llegar a Farmacia París (…). Lo sentaban, atendían y le hablaban a su hijo, avisando que su papá ya estaba aquí. El señor no recordaba cómo regresar a su casa, pero sabía llegar a este lugar”, cuenta Ignacio Merino, nieto del fundador de la Farmacia París.
Este sitio es referencia para muchos citadinos. Se trata de una de las boticas antiguas fundadas en el centro de la capital en 1944. Ésta fue propiedad del farmacéutico Ignacio Merino Martínez, y se encontraba junto al Hotel París —famoso en los años 40—: “Mi abuelo inició en la esquina de 5 de febrero con República de El Salvador. Rentó el local, el cual tenía un letrero que decía ‘Farmacia’ y ocupaba el rótulo del hotel con luz neón. Él (Ignacio Merino Martínez, dueño original) utilizó el letrero con el nombre Farmacia París. Desde allí viene el nombre”, comenta Ignacio Merino.
Este recinto inició sus actividades con cinco trabajadores, hoy son una familia de 623 empleados. Ahí, actualmente acuden entre 25 y 30 mil clientes todos los días.
Con el tiempo el boticario cambió. En la Ciudad de México, todavía laboran algunos con un perfil moderno. Sin embargo, continúan con la tradición al realizar 180 remedios tradicionales.
Boticario: más allá de un oficio. Ignacio Merino, presidente del consejo administrativo de la Farmacia París, refiere: “Para mí es una pasión continuar una tradición, en la cual podemos ofrecer una esperanza de salud hacia la gente, que puedan encontrar lo que ellos están buscando para una mejoría en su cuerpo, en su persona y a un precio razonable”.
Esta práctica artesanal de hacer fórmulas “no desaparecerá, va en crecimiento. Farmacopea reafirmó seguir conservando estas preparaciones auténticas de México”, de acuerdo información de la empresa.