Historias de Buró
Todos los días al llegar de la escuela era siempre la misma escena. Pasaba por la cocina donde se encontraba mi madre preparando unas paletitas de chocolate que solía vender en la calle, yo robaba aquellas láminas producto de los recortes que aplicaba para crear hermosas figuritas.
Ella siempre estaba muy atenta pues aquel trabajo resultaba muy laborioso y minucioso, sin embargo lograba percatarse de a qué hora volvíamos de la escuela y cómo lo hacíamos.
Una tarde de frío llegué sin mi chamarra a la casa, aquella que apenas pudo comprar en navidad para regalármela luego de haber insistido tanto en que la quería, fue el mejor obsequio que recibí y aun así la había perdido.
Temerosa porque me reprimiera, entré corriendo por la cocina hasta mi cuarto sin pasar por la acostumbrada laminita de chocolate, cosa que alertó a mi madre de que algo malo pasaba y se aproximó hacia mí para entregarme el pedazo de chocolate sobrante.
Vi sus ojos rojos e hinchados como si hubiera llorado un buen rato pero en mi torpeza infantil supuse que sabía lo de la chamarra. Tranquila por el hecho de que no me dijera nada, me alivié y comencé a comer el dulce de cacao, pero su extraño y salado sabor me hizo regresarlo y acudir a la cocina para advertirle a mi mamá.
Junto a las paletas ya preparadas había una notificación de embargo que en aquel momento no entendí y no le di importancia, ella continuaba batiendo el chocolate mientras que por sus mejillas resbalaban una que otra lágrima, en lugar de avisarle del sabor, decidí ayudarla.
Aunque no dijo nada, entendí que algo malo pasaba, y opte por mostrarle de alguna manera que podía contar conmigo aunque no me lo pidiera.