LAGUNA DE VOCES

  • Polvo de difuntos alegres

Llovió toda la tarde y noche en la Huasteca. Las calles escurren barro. Pero es el frío el que no para en una ciudad hecha para el calor como Huejutla, con puertas abiertas y ventanas que en su mayoría no tienen vidrios por la simple y sencilla razón de que no hay necesidad de ellos.

 

            Unos días al año, los menos, llega sin embargo una especie de invierno que casi siempre se acompaña de lluvia diminuta, machacona, que no para por horas y horas y acaba por congelar no la piel sino el hueso, la estructura que guarda el corazón y los pulmones. Y sí, es un frío que cala hasta los huesos, que en ningún lugar sino este, donde lo común es el calor agobiante, se presenta vestido de fantasma entre neblina para recordar que está ahí, estará siempre.

            Las nubes empiezan por cubrir la carretera apenas pasado Tehuetlán, un pueblo con dos cerros en forma de joroba, escena del pasado de lo que fue la cabecera municipal, hoy convertida en una ciudad con un mundo de gente y conflictos, escenario de las viejas historias en que unos cuantos caciques mandaban, disponían de las almas muertas del escritor ruso, para vida y para muerte.

            Hoy, Huejutla, igual que cada temporada de elecciones, ve como la herencia de siglos se disputa el poder, la posesión misma del futuro de sus habitantes siempre con resultados iguales: el incremento de sus riquezas y la pobreza, ya miseria, de una inmensa mayoría.

            No cambia nada desde hace décadas y décadas. Son los apellidos ilustres que a veces pelean el primer lugar en la lista Forbes huasteca, y de pronto los Fayad caen al segundo lugar, suben los Badillo, saltan los Reyes, los tres de antes y hoy en el lugar preciso para recibir hasta la eternidad medalla de oro, plata y bronce.

            Pero llueve y hace frío.

            En algún lugar terminó por desbordarse el camposanto trepado de un cerro, y lo que corre no es barro común y corriente. Son restos de quienes hace tiempo se fueron, y después de lustros y lustros cara al sol que achicharra, de pronto se hacen polvo cuando pega el invierno aunque sea de unos días.

            Es como una explosión en que el hueso al rojo vivo estalla por la lluvia helada, y corre cuesta abajo para hacer que las calles que el alcalde presume con nuevo maquillaje de cemento, se conviertan en ríos de lodo.

            Hace más de 30 años que acudo puntual a la Huasteca para pasar el fin de año. Espero no perder la costumbre hasta el final de los días que me toque disfrutar el gusto simple de ver que el tiempo pasa, de felicitar a mis hijos por tener en su memoria y sangre una raíz tan generosa y viva.

            Porque con todo y frío y plagas de caciques, será hasta la eternidad el carácter gritón y pleno de jolgorio del huasteco, el que salve al mundo que me ha tocado vivir, de la tristeza, de la melancolía.

            Sí, pega en los huesos el frío escandaloso, esa es la palabra, escandaloso de esta región del estado, porque no podía ser de otra forma, porque no hay nada que se haga en este rincón del estado sin esa costumbre única y vital de hacerlo ruidoso, escandaloso.

            Pasado Tlanchinol, cuando se emprende el regreso, es de todos conocido que poco a poco empieza el recuerdo de la vida, de lo que se puede ser apenas toca el pie territorio huasteco.

            Zacualtipán acaba por comprobar que sí, que efectivamente uno llega de la vida con letras de color chillante, a la vida simple, constante y necesaria, pero por muchas razones plagada de recuerdos que es Pachuca.

            Y solo por eso también, difícilmente habré de cambiar la ruta eterna de curvas y derrumbes, por la que llega a Tuxpan en espléndidas carreteras de puentes que llegan a las nubes, pero ajenos al recuento que se hace en la otra vía, a veces de plano escondida entre neblina, pero siempre llena del sabor de la vida.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Hace más de 30 años que acudo puntual a la Huasteca para pasar el fin de año. Espero no perder la costumbre hasta el final de los días que me toque disfrutar el gusto simple de ver que el tiempo pasa, de felicitar a mis hijos por tener en su memoria y sangre una raíz tan generosa y viva.

 

           

           

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