LAGUNA DE VOCES

* Brindis oficinescos de fin de año

 

En el rito que encierran los brindis oficinescos de diciembre, sucede lo que Octavio Paz cita en su “Laberinto de la Soledad”. Guardadas las apariencias durante todo el año, es la única oportunidad que se presenta para ser otros, aunque el embrujo dure apenas unas horas, y tendrá que perderse en su totalidad apenas los y las que se transformaron con singular alegría, toquen de nueva cuenta la oficina al otro día, con la cruz de la resaca y la certeza de que cometieron, de nueva cuenta, alguna locura que será el tema de conversación de todo el 2016.

            Y por supuesto nadie es ajeno a cometer desfiguros en la comida o cena de fin de año, razón por la cual las burlas tienen un profundo sentido de compañerismo y la seguridad de que para el año que viene, surgirán nuevos valores en esto de ahogarse en alcohol, perderse en la noche con el que nunca habla, o de plano despertar en un motel con quién sabe quién ni por qué razones.

            Esperar casi 365 días para hacer que surquen los cielos cohetones enorme de alegría a lo bruto, o tristeza en el mismo tenor, es demasiado para una inmensa mayoría de personas, que deciden que en el brindis de oficina, es el momento para hacer todo lo que se aguantaron en los meses anteriores.

            De tal modo que si se le ocurre acudir al jefe ojeis, corre el riesgo absoluto de que le digan hasta de lo que se va a morir, pero además tendrá que aguantarse porque quien decide presentarse a ese tipo de reuniones sabe a lo que se arriesga.

            Saldrán parejas clandestinas de las cenas oficinescas. La casada que no aguanta al marido y no ha sido inmune a los cortejos de otro matrimoniado harto de la esposa. Durarán uno, dos, tres años, y si rebasan ese espacio de tiempo tendrán que entender que a esas alturas será para toda la vida.

            Descubrirán a los que de buenas a primeras decidieron que ya era tiempo salir del clóset, y dicho y hecho, no encontrarán mejor lugar y momento que cuando todos los miran y les reconocen valentía para, por fin, decir lo que todos ya sabían.

            Otros buscarán pelea con quien se deje. Saldrán en hombros de los pocos amigos que aún los soportan y maldecirán al mundo entero desde la puerta del restaurante-bar donde se realizó el evento. Al otro día escucharán el murmullo aquel famoso del, “no hay que volverlo a invitar, es mala copa”.

            También estará la que no deja pasar fiesta de cierre de año para cambiar de pareja, y así coronar el record que le achacan no haber repetido a uno solo en cada uno de esos encuentros.

            De todo.

            Un tiempo con el arrepentimiento absoluto al otro día.

            Pero ahora son otros tiempos.

            Sí, un poco de desconcierto para los que se les borró el casete, ahora dirán la usb, pero sin mucho de angustia.

            Fin de año.

            Fiestas en que es el momento justo para hacer lo que venga en gana, “que al fin todos estábamos borrachitos”.

            Sin estos momentos, delo por hecho, explotarían las oficinas, volarían cuerpos por las ventanas.

            Cada año la olla exprés se destapa.

            Y por muchas razones es algo bueno.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

Y por supuesto nadie es ajeno a cometer desfiguros en la comida o cena de fin de año, razón por la cual las burlas tienen un profundo sentido de compañerismo y la seguridad de que para el año que viene surgirán nuevos valores en esto de ahogarse en alcohol, perderse en la noche con el que nunca habla, o de plano despertar en un motel con quién sabe quién ni por qué razones.

 

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