* Civilización
Pensar siquiera que puede haber una equivalencia entre la lectura de un libro y lo que aparece en las redes sociales es absurdo. En el primero hay un trabajo cierto del novelista, ensayista o poeta. En el segundo es un lodazal, aunque claro hay sus excepciones.
Engancharse en la sección de “comentarios” que ofrecen los medios electrónicos para opinar sobre una noticia, artículo o lo que se les ocurra, es un extra que ofrecen para atraer lectores, pero en una inmensa mayoría se queda en un club de anónimos que se ofenden con todas las herramientas a la mano, y por si fuera poco, algunos hasta se erigen en líderes de opinión.
El caso de Francia también sirvió para que condenaran a los que colocaban la bandera de esa nación en sus cuentas, y reprobaran con actitud de Semidioses a los que había decidido demostrar su solidaridad mediante esa acción.
Las redes cada día se llenan de una inutilidad terrible, un sinsentido preocupante, una miseria humana que de plano espanta.
Por eso hoy, como alguna vez ya lo hice, le dejo un poema de Jaime Torres Bodet. Se llama CIVILIZACIÓN. No es Francia, no es Siria, no es México, es la doliente humanidad la que lastima.
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y —como yo— feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír —en Platón— morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro…
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra —a mano armada—
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
—ni en la semilla en germén,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
twitter: @JavierEPeralta