LAGUNA DE VOCES

* El gusto de los días

 

Cuando puedes dividir los años que estás por cumplir a la mitad, y el resultado es que de todos modos ya no eras un jovencito con el resultado obtenido, es un síntoma claro de que te hiciste viejo sin darte cuenta, porque de lo contrario ya hubieras reparado en esa condición que hoy vives.

            Todavía peor se pone el asunto, si de pronto descubres que has sido testigo de por lo menos cinco puestas en escena, donde una persona común y corriente es convertida en una especia de Semidiós, luego de que pasa a ser reconocido, de una día para otro, como “el señor candidato”.

            Es decir que a lo largo de 30 años estuviste, por azares del destino y profesión, en la primera fila de un acontecimiento que al final de cuentas interesa a pocos, pero afecta a todos.

            Si para esta edad en que dividirla por la mitad ya no te arroja un saldo positivo, también desembocaste en una rotunda amargura por haber mirado y escuchado tantas cosas en los menesteres arriba anotados, puede que tengas y no razón, pero un hecho sustancial es que ya te pesan los años y te das cuenta que la senectud no puede ser justificante para tu rabia que no cesa, si cuando joven te conformaste con ser un simple y vulgar espectador de las cosas.

            El asunto es que de aquí Pal Real podemos asumir diferentes actitudes, todas tal vez justificables, no por ellos soportables por terceros.

            Una, muy típica, es que si ya llegamos a la edad de las no ilusiones, luego entonces todo es permitido, desde convertirnos en unos gruñones mal encarados, capaces de mentar madres, soltar un rosario de leperadas, culpar al destino de lo bien o mal que nos fue, erigirnos en conciencia de una sociedad aunque carezcamos de ella, inventarnos un pasado para aparecer como los únicos y auténticos libre pensadores, o inventarnos un futuro al que nunca llegaremos.

            Otra, la mejor alternativa, efectivamente descubrir que todo nos está permitido, pero con la certeza de que por fin encontramos, luego de tantas andanzas, una luz al final del camino (que rogamos se encuentre muy lejos), que nos habla de paciencia absoluta para consumir la vida.

            Vaya pues que las prisas se termina, igual la maña de inventarnos todos los días, creer en un futuro incierto, insistir en que la historia misma grabará nuestros nombres en letras de plata o de oro, aunque sea laminado.

            Sabemos, que ningún día puede considerarse perdido aunque no hayamos hecho absolutamente nada. Atrás, por fortuna, quedaron los tiempos en que juramos a los cuatro vientos que el gran objetivo era trascender. No, el asunto es vivir, simple y sencillamente vivir.

            Importa, -porque es parte de ese objetivo que es existir-, apuntarnos a la lotería de ver quién adivina el nombre del candidato que ganará la elección gubernamental del 2016, pero hasta ahí. Sabemos, por todo lo vivido en estos menesteres, que el Judas de hoy será el Hijo Pródigo en unos años, que el diablo que hoy visten de diablo al rato tendrá alas de ángel, que en estas historias no puede haber calificaciones ni conceptos absolutos. Que todo es relativo.

            Pero nuestra vida no.

            Por eso, con todo y el amargo descubrimiento de que ni al 50 por ciento la edad por cumplir nos arroja un saldo de joven, “en aquellos tiempos”, un hecho es importante, al menos para el interesado: vivir, tener la certeza de que no perdimos el hilo de los días, o mejor dicho, el gusto de los días.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

 

“…si ya llegamos a la edad de las no ilusiones, luego entonces todo es permitido, desde convertirnos en unos gruñones mal encarados, capaces de mentar madres, soltar un rosario de leperadas, culpar al destino de lo bien o mal que nos fue, erigirnos en conciencia de una sociedad aunque carezcamos de ella, inventarnos un pasado para aparecer como los únicos y auténticos libre pensadores, o inventarnos un futuro al que nunca llegaremos.”

 

           

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