LAGUNA DE VOCES

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* La máquina de los instantes

 

Debiera existir alguna forma de guardar recuerdos, que ya de viejo sirvan para entender lo que fue nuestro paso por la vida. No me refiero a fotografías, ni a diarios. Los recuerdos pueden ser eso, pero son algo más, no material, no que se pueda tocar para evocar tiempos idos.

            Lo son cuando pueden llevarnos en milésimas de segundo al lugar, la hora, el momento justo en que cobraron la categoría de fundamentales para poder generar en nosotros la evocación, que mucho tiene que ver con la invocación, de los instantes en que fuimos felices, miserables, dichosos, lo que se quiera, pero que dieron constancia absoluta de que estábamos vivos.

            Casi por costumbre aseguramos en un instante de nuestra vida, que sería importante detener el tiempo y que el momento que calificamos como único no se pierda, se quede archivado con número de folio y descripción minuciosa, en alguna valija a prueba de agua, aire, fuego, pero fundamentalmente de olvido.

            Cuando uno empieza a preguntarse sobre esos instantes que serán vitales para hacer algo con el tiempo que sobrará en la edad adulta o muy adulta, descubrimos que la impericia para el trabajo de buen archivista, ha provocado que no encontremos por ningún lado la luz que alumbre una búsqueda tan infructuosa.

            Si acaso damos con retazos del olor de un momento que frente al mar juramos que éramos felices, dichosos hasta el grado de pretender que la vida misma se detuviera en seco, con la desdicha de reconocer que no solo era imposible sino absurda esa idea, porque dejaría de tener vida el gusto de lo efímero que le proporciona el carácter de grandeza.

            Así que seguro llegará el momento en que tendremos que inventar el pasado que alcanzamos a construir, y ya no será ni la luz que alumbraba una tarde cualquiera, el olor de la lluvia en el parque, las farolas dormilonas que de sueño se hacían tristes. No será lo que sabemos fue, pero a falta de otra posibilidad tendremos que conformamos con ese fantasma.

            Hace falta ese invento que, sin detener la vida, capture el justo instante en que nos atrevimos a pedir que no pasara el tiempo, que todo se quedara como estaba, que el mar dejara de pegar en los oídos, que la noche se hiciera un domo eterno de estrellas repetidas.

            Pero no lo hay, ni lo habrá.

            Y por eso, solo por eso, es deber reconocer que simplemente, lo dicen siempre las abuelas, estamos de paso rumbo a quién sabe dónde, con la certeza absoluta de que recordaremos diminutos momentos en que pensamos la eternidad como alternativa.

            Pero tampoco hay eternidad.

            Y eso lo saben todos.

            Luego entonces, y contrario a lo que anotaba al principio, tal vez sirva un acordeón lleno de signos que solo entienda el interesado, en que se dibuje una ola, una estrella, una farola, una lluvia, un aire tormentoso, para hacernos saber que algo sucedió cuando se presentaron para presagiar el recuerdo.

            Lo contrario es que inventemos todo, o que construyamos a toda prisa un pasado inexistente pero único, es decir el nuestro.

            Sucede que la memoria es somnolienta, muchas veces dormilona, y no sabe nada de nada. Se asoma en ocasiones a indagar por los caminos sin rumbo alguno, y acaba por sorprenderse de saber que tampoco del presente conoce maldita la cosa.

            Alguien interesado en descubrir recuerdos, debiera tomar como encomienda el invento único y necesario, que sería la máquina de los instantes, no de los recuerdos todos, no de la historia personal. Simplemente de los instantes.

 

Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

 

CITA:

 

            Casi por costumbre aseguramos en un instante de nuestra vida, que sería importante detener el tiempo y que el momento que calificamos como único no se pierda, se quede archivado con número de folio y descripción minuciosa, en alguna valija a prueba de agua, aire, fuego, pero fundamentalmente de olvido.