LAGUNA DE VOCES

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LAGUNA DE VOCES

Caminar aprisa, aprisa

Caminaba por el bulevar apenas cubierta por un chal de estambre que algún día fue rosa. Alguien lo hizo con agujas grandes que desde siempre se fabrican en un metal ligero, y con regularidad son azules. El cruce entre ambas dio como resultado un tejido a cuadros grandes que ahuyentaban el frío de enero, en un cuerpo amoratado por tanto caminar sin destino en una ciudad que hace mucho la había olvidado, y estaba dedicada a esconderse de la pandemia, de los malos augurios del naciente año. Pero eso no le importaba, marcaba cada paso con los últimos restos de unos tenis sin agujetas en las banquetas chuecas que van al entronque de Santa Catarina. Es una constante que cada cinco meses y 14 días uno debe encontrarse con una mujer o un hombre que caminan sin rumbo, aprisa porque deben llegar a una cita, sin que el mal tiempo, el hambre, la sed, puedan detenerlos. No es mentira, basta recordar las veces que han pasado delante de uno o a los lados. Siempre llevan prisa, hasta los perros que a veces son su compañía.

Solo cuando sus ojos nos miran, descubrimos que no es ninguna casualidad que, a los cinco meses y 14 días de cada año en nuestras existencias, ellos o ellas aparecieron. Cuando niños de brazos nos miraron fijo, y mamá invocó a todos los ángeles del firmamento para que el “mal de ojo” no cayera en nuestro futuro, que de algún modo ese capítulo quedara borrado para siempre. Y sin duda, al igual que muchas otras madres, logró su objetivo, aunque la verdad tuvimos que descubrirla mucho tiempo después, cuando nos descubrimos a golpe de dolor y furia que somos nosotros mismos los que caminamos perdidos por el mundo.

A lo largo de la existencia, siempre existen los instantes en que apostamos todo a que no hay salida, que todo se ha perdido y lo mejor sería esfumarnos, desaparecer de la tierra que nos arropa cuando duele el alma, es decir el corazón, es decir la existencia. Luego pasa y empezamos a respirar con normalidad, a olvidar lo que apenas unos instantes antes jurábamos era verdad eterna. Y sucede que cada uno de esos que caminan sin rumbo alguno lo hacen con más decisión, con la certeza de que cumplen la tarea más importante en el universo, y que por lo tanto deben llegar a un lugar que solo ellos conocen. De ahí la prisa que nunca los deja.

A veces como la mujer de chal de estambre, por unas milésimas de segundo nos mira, nos reconoce y simplemente se va porque debe buscar donde esconder tanto lamento, tanta desesperación que, si no fuera por ella y otros miles y miles, haría explotar el pecho de los que solo saben que el dolor pasó porque alguien caminaba en las avenidas para cargar con él, con lo que mata a los que tienen casa, familia, trabajo. 

Tú sabes que no es necesario que les regales nada, que en algún rincón de su camino siempre encuentran un chal de estambre, una chamarra con borreguita en su interior, una gorra, unos pantalones, un vestido, una señal que les diga que deben caminar más y más aprisa para alejar de la vista, de los recuerdos, esos capítulos que nunca dejarían de lastimar si los que caminan sin rumbo no los escondieran para siempre.

Por eso, y nadamás que por eso, sabemos que de algún modo vamos con ellos, somos ellos, habitantes de un planeta en el que también corremos todos los días del año que se fue, el que empieza. Porque tenemos prisa, porque cuando nos topamos con uno de ellos, descubrimos, recordamos por instantes, que a ciencia cierta tampoco tenemos un destino claro, cierto, y muchas veces gracias a ellos nos llega a la memoria que los habíamos visto desde que mamá nos cargaba en sus brazos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta