
“¡Todos somos AMLO!”, parece ser el nuevo grito de guerra en todo el país. Y no, no es con el afán de manifestar solidaridad con el presidente, sino anunciar que de ahora en adelante sus estrategias en asuntos de campaña o pre-pre-campaña serán imitadas porque aseguran triunfos. Poco importa si se cae en el riesgo tantas veces advertido por el poeta Octavio Paz, cuando señalaba que de la violencia verbal es muy fácil pasar a la de tipo físico, al conflicto.
Lo fundamental es, de ahora en adelante, probar ante el pueblo, ese pueblo bueno y generoso que solo existe cuando así conviene, que se hará todo, se retará a todos, se buscará pelea con todos, por el amor absoluto, gigantesco, ferviente que se le tiene a un personaje sin rostro, sin identidad cierta, pero que siempre puede responder cuando se le invoca como pueblo.
Porque nada tan exitoso en estos menesteres que el personaje, que, con nombre y apellido, de pronto deja de ser él para transformarse en el pueblo, para adelantar que de ahora en adelante ha dejado de pertenecerse porque le pertenece al pueblo, al pueblo, al pueblo.
Polarizar a una sociedad, dividirlos entre buenos y malos, llevar a su máximo expresión el maniqueísmo es lo de hoy, el camino del triunfo, el rostro que todos aplauden de una democracia que ya no será la soberanía del pueblo sino su división, su recalcitrante conformación sin términos medios entre los que están con el río de Mesías que surgen, o en su contra.
La guerra de baja intensidad, pero guerra al fin, es el esquema de trabajo que hoy por hoy aconsejan todos los asesores en materia política, y entre más agresivo y retador sea el mensaje del que sigue estas consejerías, más cerca estará de la victoria. Victoria a costa de lo que sea y de quien sea, que ya habrá tiempo después para reconstruir lo que se caiga en esta etapa.
Por todo lo anterior como nunca cobra vigencia el pensamiento del poeta Javier Sicilia, quien destacaba que siempre le sorprenderá el hablar de los sicarios que al ser interrogados cuando de casualidad son detenidos, son incapaces de hilar una oración sin una retahíla de groserías, en que se incluye mentadas de madre al por mayor.
“Se puede matar, destazar, desaparecer gente. Esto, que pasa a diario, muestra que la repercusión de la crisis de la palabra es gravísima: ya no podemos entender la sacralidad de la vida. La destrucción del lenguaje que están generando los medios de comunicación y las redes sociales es degradante. En Internet están en el mismo rango un filósofo de la altura de Hegel y el último sitio pornográfico. Es la destrucción de órdenes jerárquicos de sentido”, dice el poeta.
Es cierto, la crisis de la palabra es gravísima, y la rescatamos, o estaremos perdidos para siempre, sobre todo en estos tiempos en que puede popularizarse la idea de que finalmente tuvo razón el que aseguró es una pérdida discutir un problema, si se puede arreglar a madrazos.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta