LAGUNA DE VOCES

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LAGUNA DE VOCES

Abrir los ojos

Todo se reducía a la aceptación del sueño, que de tan real acabó por espantarla y pegar un grito casi a las cuatro de la mañana cuando la lluvia arreciaba más, y el viento mecía los árboles plantados en el camellón enfrente de su casa. A diferencia de las pesadillas en que acostumbraba quedarse entumida y sin habla, lo que ahora le espantaba era la certeza de que podría quedarse encerrada para siempre en las calles de una ciudad plagada de iglesias y gente que caminaba con tanta lentitud, que parecía actuaban para un director de cine que no permitía que alzaran la vista. Una y otra vez corrió de arriba abajo, y los tacones de sus zapatos empezaron a marcar un sonido que acabó por aterrorizarla aún más, cuando descubrió que siempre acababa en el mismo lugar y la misma escena de los caminantes embrujados.

Hasta ese instante dejó de pensar que se tratara de un simple sueño, y que tenía la capacidad de despertarse cuando así lo quisiera. Sabía que llovía porque era una constante que los sucesos de la realidad afectaban lo que veía cuando dormía: el timbre del despertador era la alarma de un terremoto del que podía escapar si brincaba hacia el cielo y echaba a volar; la lluvia de madrugada era un mar embravecido; los primeros rayos del sol, una playa luminosa que le alegraba el alma.

Era una soñadora experta, no porque siempre estuviera tentada a ilusionarse de más, aunque con frecuencia lo hacía, sino porque al dormir era capaz de ir a donde le daba la gana, vivir una vida única, con la garantía de que al no ser parte de la realidad que siempre había conocido, le daban la capacidad de no preocuparse de las consecuencias. Le espantaban, eso sí, las pesadillas con seres que le aterrorizaban hasta quitarle el habla y solo permitirle emitir gruñidos que tarde o temprano le traían el bálsamo de que la movieran hasta que despertaba.

Pero esa noche fue muy diferente, absolutamente diferente y su vida cambió para siempre.

El lugar era una ciudad muy antigua, alumbrada incluso con faroles y velas de sebo en su interior. Iba sola, porque al terror de mirarse en calles carentes de vida, empezó a sumarse un miedo creciente por saber que cada una de las personas que iban de un lado a otro no tenía vida, como la que conocía hasta entonces.

Se trataba del temor a quedarse a la mitad de un camino que intuía debía terminar cuando despertara, pero no en su casa con árboles en el camellón que veía desde la ventana, sino la vida real, la que desde niña la esperaba, pero se negaba a aceptar porque era más venturoso pensar que después de todo, vivir siempre se le había hecho lo más cercano a un viaje.

Muchas veces se repitió en ese repetir y repetir la escena que era un sueño como muchos otros, sí, con ingredientes de terror, pero diferente porque en algo que a ciencia cierta no entendía, le hacía entender que si despertaba de ese sueño regresaría al de su vida cotidiana, pero que también era un sueño. Dos sueños al mismo tiempo, se dijo, todavía antes de voltear y encontrarse por fin con una cara conocida.

Sonrió por vez primera en toda la noche. Se sintió tranquila y casi celebraba el encuentro con esa mujer que la miraba con cariño, con eso que dicen los que luego mueren solo puede otorgarle un familiar que llega para acompañar al que al poco tiempo estará también difunto.

¡Era eso! La mujer que la miraba con cariño, con sincero cariño, era su tía muerta unos meses antes. Ese sueño absurdo era un paso para despertar a lo que era real, lo que había olvidado desde que niña desconfiaba de sus propias manos y pensaba que de alguna forma desaparecerían.

Miró a su tía difunta. Le dijo que estaba bien, que escuchar la lluvia en los árboles del camellón sería lo último que recordaría de este larguísimo sueño, donde soñó que soñaba que descubría el camino a la vida que la esperaba en la cama del hospital donde se había prendido la alarma y toda su familia lloraba de alegría porque despertaría luego de tres años en estado de coma.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta