
Regreso a preguntas fundamentales
En algún momento este largo, larguísimo camino hacia la normalidad se perdió. Descubrimos que no conducía a ninguna parte y a partir de ese instante la vida adquirió una nueva forma y sentido, que no fue sobrevivir a toda costa, sino reencontrar las razones que le confirieron una importancia que, empezamos a sospechar, nos fue informada como algo decidido sin nuestro permiso. De ninguna manera planteo que Dios, Dioses o poderes superiores convoquen a una consulta para decidir si continúan con este alegre juego del “tú vives”, “yo tengo tu destino”, “tú lo cumples”, que para eso surgieron al universo con fisonomía de deidad o deidades.
Sucede que a la fecha nadie puede asegurar con absoluta certeza eso de que “la vida es lo único que tenemos”, porque por ejemplo, ninguno de los millones que se han ido por la pandemia, ha informado si efectivamente la frase que le anoto es cierta; porque no regresan, y lejos estamos de asegurar que esto sea porque todo termina al cerrar los ojos por última vez. Por el contrario, resulta más viable que se hayan ido a un lugar donde seguramente la pasan tan bien, que ni tiempo de reportarse con los deudos.
Aprendimos, o cuando menos así lo pensamos, que podíamos ser empáticos, esa palabra que se puso tan de moda para sugerirnos que debemos ponernos en los zapatos del otro para ser solidarios en términos reales. Pasados los meses comprendimos que era tarea imposible, que nunca sentiremos el dolor de otros, y tampoco ellos lo que nos lastima en esta historia sin fin de la pandemia.
Así que mejor empezamos por el principio y descubrimos, sin pesar, que la compasión, la empatía, debe aplicarse a partir del círculo más cercano que nos acompaña en la existencia, es decir la familia y las personas que le han dado sentido a todo. Imposible salir a pregonar que seremos consuelo y ayuda a toda aquella persona que a nosotros acuda. Es imposible, es absurdo. Tanto como aquellos que lucen su porte de Beneméritos de las Américas con donaciones de recursos financieros y en especie a otras naciones, cuando en la suya priva una carencia crítica. Faroles de la calle y oscuridad de sus casas, dice el refrán.
Pero bueno. El tiempo de sobra que nos ha regalado la pandemia para ser un poco más serios con lo que pensamos, ciertamente tiende a convertirnos en adoradores de la cruda realidad, pero también cuestionadores de todo, porque cuando está en juego la existencia, las verdades que considerábamos inmutables y eternas, simplemente dejan de serlo.
Aprendimos que es bueno volver a preguntarnos todo, desde el principio, desde el comienzo de los tiempos, porque nada es tan cierto ni seguro como creíamos.
Por principio de cuentas regresamos al cuestionamiento central de la filosofía: ¿quién soy, qué hago aquí, a dónde voy?
Y por supuesto que eso ya es ganancia en uno de los momentos más oscuros de la humanidad.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta