
Rescoldos de la Zona
El puente se había caído de manera irremediable al paso de las aguas que bajaban de la presa y anegaban las banquetas sin posibilidad de que el nivel disminuyera. Unos deberían quedarse quién sabe por cuánto tiempo de un lado donde en ese entonces se hablaba que la diversión era eterna, con cabarets y calles completas con cuartitos donde con un anafre las mujeres intentaban calentarse ante el frío que siempre hacía que las rodillas castañearan más que los dientes, para formar una especie de orquesta de los huesos huecos.
La verdad es que nadie se acuerda de una fiesta tan inacabable, capaz de convertir el día en noche sin fin, con madrugadas que ocultaban las resacas y los rostros que se ahogaban de tanto placer. A la mañana, la primera mañana, algunos de los que se quedaron de este lado donde el aburrimiento los mataba, practicaban la forma de brincar desde un edificio al otro lado del muro de agua, pero fracasaron una y otra vez, porque cuando estaban a punto de agarrarse de la barda de una casa en el camino a la felicidad, un muro invisible se atravesaba en su camino. Lo mismo pasó con automóviles trepados en una rampa que acababan destruidos y convertidos en pedazos cuando intentaban la proeza. Nadie podía pasar del lado del Reloj Monumental al de la que se calificaba como de la felicidad eterna.
Fue cuando surgieron los miradores en las pocas pero grandes construcciones que rentaban palcos para mirar el prodigio de la gigantesca zona de tolerancia, pero sobre todo la maravilla que podía mantener una noche eterna, la propia y única para quienes caminaban de un cabaret a otro, de un cuarto a otro, insaciables, incapaces de parar en una marcha que solo podía tener un fin cuando se desataba la pelea cotidiana en que un parroquiano siempre acababa difunto tirado en la calle. Pero eso era lo de menos, de alguna manera se entendía que tanto bien solo podía pagarse con la vida.
El espectáculo atrajo visitantes de todo el país, y el Pachuca de entonces sólo podía entenderse como la ciudad de la Zona. Zona sin embargo que al poco tiempo fue entendida como de los sobrenatural, que transformaba la realidad.
Pero nadie, salvo casos que nunca pudieron ser comprobados porque apenas se les veía correr felices por haber pasado el muro invisible, desaparecían, se hacían humo sin que nadie volviera a saber nada de ellos.
Así pasaron años y años, con historias que se contaban día a día y que aseguraban que en la Zona ya nadie vivía. Todos estaban muertos, y eran sus almas las que podían crear una noche, una madrugada eterna. Todos creían que así era, pero todos también decían que era mentira.
Un día el muro invisible desapareció cuando un hombre enloquecido por querer mirar de frente el mágico mundo, corrió como alma que llevara el diablo, se lanzó desde el balcón de una casa cercana de lo que hoy es un restaurante tradicional, y no sin antes cerrar los ojos, descubrió que ya no había muro invisible que temer.
Todos al unísono tendieron tablas viejas, lo que encontraron para dar vida a un puente que duró años y años, por donde pasaron en multitud.
Solo encontraron calles vacías, esqueletos de cabarets de lujo, cuartos con un anafre viejo y sin carbón. Solo eso, además de rescoldos de una noche, una madrugada eterna, que se empeñaban en dejar caer lucecitas al piso.
Solo eso.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta