LAGUNA DE VOCES

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LAGUNA DE VOCES

Habíamos creído con sincera inocencia que ya era tiempo de hacer planes para ir al mar, ser los que fuimos hace tantos años, y negarle a toda costa razón al tango de Gardel; y por eso, pero sobre todo porque empezamos a sentirnos invulnerables con la vacuna, abrimos la puerta para ver la calle, calle al fin con todo y sus cientos de cráteres que achacamos a la pandemia cuando cayeron meteoritos con el virus maligno. Calle donde otros igual de apresurados corrían de un lado para otro, con la esperanza de que hacerlo así, en zigzag, evitar ser presa del francotirador apostado en una esquina.

Nos olvidamos de todo, hasta de la cruda realidad donde se habla de que ningún virus que se precie de serlo, cumple palabra alguna pese a cualquier pacto realizado; y por eso a la mortandad de adultos mayores, luego los no tanto, empezó a empecinarse en dejar de ser lo que era para adquirir otro rostro, otras malévolas cualidades.

Y terminó por dirigir sus armas a los que antes se consideraban intocables, ajenos a las periódicas desgracias de la humanidad. En eso estamos pasada la mitad del año 2021, con la seguridad desesperanzada de que esta pandemia sí, se irá, pero cuando se le pegue la gana, cuando se canse de tanta imbecilidad en su manejo por parte de un gobierno que a toda costa busca afiliarla a las bases populares de la 4T.

Por supuesto también a la incapacidad de los que logramos llegar hasta este lado del río sin caer víctimas del francotirador loco, y un hombre que animaba a salir a las calles, a comer en restaurantes porque según él no pasaba nada, nada de nada.

Ni con todo eso aprendimos, porque hasta en la agenda, de papel o digital, anotamos la fecha de lo que a juicio nuestro ya sería tiempo “PostCovid”, y luego entonces ya podríamos regresar a la vida de antes, y por antes me refiero a la que caminaba a ninguna parte, y sobre todo sin necesidad alguna de hacer efectiva la dichosa empatía, el valor real de las cosas y la sabiduría cierta de que nunca hemos visto que algún recién difunto vaya al panteón con un camión de mudanzas que lo siga. Porque nos dimos cuenta que muertos no podemos llevarnos nada, ni una piedra de la cárcel que construimos con tanta devoción en vida. Hasta lágrimas derramamos, pero la certeza de que ya nada nos pasaría nos volvió a ser los de siempre.

Igual que en las navidades, que la emoción por tanta emoción nos hace ser paladines de la bondad y el desprendimiento. Pero sabemos que son únicamente unos días, una semana cuando mucho, y por eso no nos la creemos, simplemente actuamos.

Esta vez no fue así. Ni cuenta nos dimos. Estábamos dispuestos a la auto inmolación por nuestros semejantes, a dejar en el olvido lo que nos había perseguido toda la vida.

Pero despertamos.

Y nosotros los de entonces sí somos los mismos, para desgracia de Neruda, para gracia de los pequeños que nunca dejamos de ser: mezquinos, cegados por lo que no podremos llevar a ninguna parte caída la última hoja. 

Dejamos de soñar y salimos a la calle.

Ahora son ellos los que se juegan la vida todos los días, la raíz y razón de nuestra existencia. Tendremos que guardarnos, porque nosotros, como por ahí se dice, ya vivimos.

Pocas veces en tan poco tiempo, tantas oportunidades para reencontrar la verdadera vocación de la existencia humana. Si con muchos de nosotros no funcionó, tal vez así será cuando en el escenario aparezcan los que tanto amamos, los que son fundamentales para seguir en esta historia.

Hay tiempo.

Que sea una navidad eterna para bien de todos, para esperanza de todos.

Mil gracias, hasta mañana. (Cuídese, cuídense).

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta