LAGUNA DE VOCES

LAGUNA DE VOCES

La letra mágica

Desapareció justo cuando había podido llenar las páginas en blanco, de las que no quedó nada, como no fuera una letra diminuta en mitad de una de ellas. Solo eso de la gran obra que se esperaba con impaciencia, aunque eso es un decir, porque solo se trataba de tres o cuatro personas que juraban era un gran escritor, cosa que finalmente nunca pudo ser comprobada porque en ninguna parte apareció texto alguno que confirmara esa supuesta maestría para el asunto de la literatura.

Dicen las personas que lo conocieron que días antes de su desaparición andaba irreconocible, incluso tenía una apariencia de triunfador y un hablar que recordaba a glorias de la novela, la poesía, esos que sin temor de ningún tipo podían opinar del tema que se les pusiera enfrente con la certeza del que sabe lo que dice.

Había pasado muchos años a la espera de que la historia se soltara por si misma, apenas con una ligerísima guía del autor, apenas una orientación, pero era un hecho que se trataba de algo tan único, tan deveras magistral, que hasta cuando apretaba las letras del teclado se escuchaba una música celestial. Ninguna duda cabía de que estaban ante algo incluso mágico.

Entre esas tres o cuatro personas que sabían que el momento tan esperado había llegado decidieron hacer turnos para velar su trabajo de creación, estar atentos por cualquier cosa que pudiera ocurrir, tal vez un desmayo porque las horas se sucedían, los días, incluso semanas sin que cesara la música que originaba su escribir.

Por eso no dieron crédito cuando la madrugada de la cuarta semana, cuando estaba por cumplirse un mes del arrebato artístico de su estudio no salía ningún sonido, ni musical ni mecánico cuando se aprietan las teclas del ordenador. Nada. Decidieron esperar porque sabían que interrumpirlo podría ser igual a un atentado contra la humanidad.

Pero nada.

Esperaron tres días con sus respectivas noches y madrugadas.

Hasta que tocaron a la puerta del estudio. Nada, nadie. Abrieron poco a poco, con cuidado extremo la puerta de dos hojas. Miraron al interior. Nada, nadie. Era imposible porque siempre estaba uno de los que hacían guardia y la ventana que daba al jardín esta cerrada herméticamente.

Hasta que por accidente se asomaron al paquete de hojas que usaba para imprimir sus escritos, por la costumbre que tenía de corregir a mano. 

Eran más de 345 hojas. Todas en blanco, menos una.

Justo en el centro miraron con admiración. Una sola letra. Una a minúscula que había sido contorneada a mano por el artista. Era todo y mucho, muchísimo. Una a una las tres o cuatro personas se acercaron y una a una también desaparecieron ante sus propios ojos, ante ellos mismos.

Todavía se conserva esa hoja con una a minúscula en el centro.

Todavía desaparecen los que se atreven a mirarla de cerca, con intensa curiosidad. Por eso, luego de ser enmarcada, solo se puede ver atrás de un cordón colocado a una distancia prudente que impide el efecto de esa letra minúscula.

Es una obra única, que todos valoran y saben que es real lo que se dice de ella.

Ninguno de los que desaparecieron volvieron. El autor es una celebridad, aunque nunca lo supo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

Related posts