LAGUNA DE VOCES

LAGUNA DE VOCES

Rey viento

El viento de Pachuca dejó de ser legión para convertirse en un personaje solitario que ataca por las noches colonias, calles o casas seleccionadas al azar. Su poder es terrible y nadie que lo haya padecido, negará que parece el aliento del demonio que se transforma en aullido si en su camino cruza las ramas de un árbol.

Los dos últimos días de abril y en estos tiempos raros también de mayo, ahogados por el calor arriba de los 30 grados en una ciudad que apenas hace unos años era el congelador de la zona centro del país, se hizo presente con un rostro lleno de furia y venganza. Azotó ventanas, puertas. Arrancó de cuajo un árbol que apenas se asomaba en el jardín, y elevó por los aires como platillos voladores tapas de tinacos de agua.

Sopló en los cerros y avivó las brasas para oscurecer una vez más el cielo. Por horas los pachuqueños que habitan esas zonas de la ciudad se convirtieron en fantasmas temerosos de que las llamas quemaran la única propiedad por la que se lucha toda la vida: su casa.

Después, de pronto, cesó en su enojo. Los ventanales aún temblaban y uno que otro dejó ver una línea diminuta pero irremediable de que acabaría por estrellarse, igual que cuando una piedra pega en el parabrisas del coche y termina por destruirlo.

Pero el viento legendario ya no es multitud de demonios desatados, temibles, imposibles de ver siquiera de reojo porque eran capaces de dar vuelta, hacer torbellinos y aventar por las nubes al insolente que se atreviera a mirarlos.

Peleó sin duda alguna. Con fuerza. Con valentía. Con un coraje que recordaba los tiempos en que los túneles de minas hoy extintas eran la trompeta de donde salía el rugido del viento.

Sin embargo perdió.

Ni cuenta nos dimos, porque celebramos que finalmente las calles de Pachuca se habían hecho transitables a cualquier hora sin peligro de ser cortadas por el aire que bajaba hasta la Plaza Independencia, para inundar de mordidas hirientes todo lo que se cruzaba a su paso.

Pero perdió.

Y lo que era legión de demonios se dispersó, se dio el grito de ¡sálvese quién pueda!, cuando cada centímetro de tierra empezó a ser cubierto con cemento, con asfalto, con cimientos de edificios que hoy se asoman victoriosos y soberbios de ganarle a la naturaleza, a las leyes que les permitieron ensombrecer todo desde el mismísimo centro de la ciudad.

Por eso el viento corrió del Reloj Monumental que era su casa, su castillo eterno –así lo creía- a esconderse en los cerros allá por la penitenciaría; otros se perdieron en la loca carrera para salvar la vida, y unos murieron sin dar batalla, fastidiados, tristes de que nadie levantara la voz a su favor.

Pero el Rey Viento, el que dirigía a todos desde que abrieron la boca y supieron del poder que guardaban sus pulmones, no aceptó esconderse, no quiso nunca abdicar ante la modernidad.

Y lejos de esconderse anda por todos lados, a veces en calma casi santificada, pero el calor lo trastorna, le devuelve el alma demonio que le hace clamar venganza.

Por eso las noches pasadas llegó a los jardines de fraccionamientos que crecen como sarampión, y sopló igual al lobo del cuento para tirar puertas, romper ventanas, espantar a los niños, espantarse él mismo de lo tenebroso que puso el ambiente.

Uno de sus hermanos, el del cerro por la peni bajó a toda prisa para hacerle compañía, y por vez primera en muchos, muchísimos años, celebraron con profundo gusto de espantar a los pachuqueños, a los no pachuqueños, a los que los creyeron muertos y enterrados.

Y comprobaron sin duda alguna, que aún prófugos de la memoria colectiva, seguirán aquí cuando todos nos hayamos ido, y aullarán en noches en que el calor achicharre la melancolía, y nos haga invocar sin quererlo, al viento eterno de Pachuca.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

twitter: @JavierEPeralta

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