
Aguante, simplemente aguante y escriba el diario de la vida
Marzo. Si escribiéramos un diario de guerra con seguridad anotaríamos, “parece que lo peor empieza a pasar, solo deseo sobrevivir, que la mala fortuna no me haga estar en el lugar equivocado y a la hora equivocado. Que la suerte, la fortuna y Dios sean mi pastor”.
Sin embargo, del soldado solo será encontrado el cuaderno con la fecha en que se confirmará el trágico y fatídico hecho de que a punto de que las tropas aliadas a su bando llegaran en su auxilio, uno de los últimos bombardeos cayó justo donde el que escribía rogaba que pasaran con más prisa los días y así salvarse.
Luego de semanas, meses y meses de espera, pasará a muchos que la suerte se acabe, que igual a decenas de miles desaparezcan de la faz de la tierra, sean barridos por la pandemia y simplemente se agreguen a las cifras sin rostro, sin historia, sin la gran suerte que tuvieron a su lado durante casi un año, más de un año tal vez.
Con toda seguridad ese será el saldo terrible de lo que vivimos: los adioses sin tener a quién llorar, a quién decir que se le recordará. Porque hace falta la presencia del que ha partido para cumplir fielmente el rito de los adioses, de otro modo queda mocho, incompleto, y nadie que se va sin despedirse puede caminar donde quiera que vaya.
Por desgracia cuando casi se canta victoria, la bala traicionera, la que golpea por la espalda, la que acaba con todo lo que había otorgado la fe se aparece para desaparecer al que tiene enfrente.
Así que no pensemos que la gran guerra ha terminado, que el invasor ya toca retirada porque no es así, no será así por mucho tiempo, con todo y que dejará de ser mortífero por necesidad para ser otra de las muchas amenazas que nos rodean.
Pero en este marzo que arranca, en abril, en mayor en junio, en julio, en agosto, en septiembre, no permita que lo agarre desprevenido, no festeje una victoria que todavía no existe. Existe sí, todavía, el virus; es mortal, sí, el virus; somos mortales, vilmente mortales, sí, todos.
Ya pasamos muchos meses de encierro, de hartazgo, de tristeza, de profunda depresión.
Aguante un poco más.
Si todo camina como deseamos, en octubre seguro que podremos saludarnos sin problemas en la calle, en cualquier lugar a donde ya podremos ir.
Y seguramente anotaremos en ese diario: “octubre. Por fin hoy salí a la calle, libre de la amenaza, del terror, del miedo. Aprendí que no hay nadie más indicado para cuidarme que yo mismo, que desde el principio dependía de mí y no de ineptos. Salí a la calle y no vi a ningún semejante caer por una bala perdida. Sobreviví, estoy feliz”.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta
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