LAGUNA DE VOCES

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“Ya no está, aunque siempre estará”

Será necesario apostar al olvido, porque recordar a cada rato la desaparición de un familiar, un amigo, la señora siempre amable que vendía atole y tamales en la esquina, solo conduce a la amargura y la búsqueda incesante de culpables que -cuando menos en este caso- solo pueden ser encontrados a través de conjeturas a las que solo pueden guiarlas el odio, el resentimiento, la angustia de no saber cuándo le toca a uno y entonces todo puede irse al carajo.

Resulta un clamor constante que en cada guerra se guarde la memoria de las barbaridades cometidas en contra de multitudes, para que “nunca más” vuelvan a suceder esos hechos. Porque olvidar es el principio para que la historia se repita una y otra vez, incapacitados para salvar, salvarnos del ánimo destructivo que parece persigue a la humanidad.

Pero en esta triste realidad que vivimos se trata de otro asunto, donde no hay nada que guardar ni conservar, como no sea la certeza de que cada determinado tiempo vendrá un nuevo exterminio a manos de asesinos invisibles, crueles al grado de asfixiar minuto a minuto a una persona hasta que jala el último aliento y se va sin decir adiós, sin saber a ciencia cierta lo que sucedió.

Nos da miedo apagarnos si recibir por lo menos la visita de amigos y enemigos que se conduelen de uno al vernos postrados en la cama de hospital, y donde la única salida será la funeraria para el último adiós. Es decir que empieza a espantarnos el momento en que debamos cerrar los ojos, apagar la luz, entrar de lleno a esa oscuridad que creemos nada, y que efectivamente la nada resulte ser nada.

Enterarnos que un enemigo de toda la vida vive sus últimos días siempre trae como reacción el perdón, porque a lo mejor un día estamos en sus circunstancias. Si es amigo la despedida es fundamental, aunque regularmente se habla de un hasta siempre, que con todo y que sea hasta nunca, en una de esas nos encontramos al difunto a la vuelta de la esquina.

Pero con este virus los que se van simplemente se van, y no hay tiempo ni oportunidad para preguntarle si fue feliz en su vida, si disfrutó su estancia en la tierra, si conserva la fe rotunda que hablaba de otros mundos, otra vida completita.

Simplemente avisan que ya no está, que tampoco hubo velación, que nadie se reunió en la funeraria para recordar lo poco o mucho que de esa persona se tenía en la memoria. Ya no está, simplemente ya no está.

Y cada quien buscará responsables, culpables si es el caso, y dirigirá mensajes que casi convocan al linchamiento porque la muerte no puede ser tan cruel ni en sus peores momentos como para desaparecer a la gente que uno quiere sin tocarse el corazón.

Vamos para un año exacto.

No se ve para cuándo termine este infierno del miedo y la zozobra.

Son demasiados los muertos. El Presidente está contagiado y por supuesto quien se encuentre libre de pecado que le arroje la primera piedra. Muchos desde el anonimato lo han hecho, pero siempre lo han hecho.

Tal vez aprendamos para un futuro si es que de esta salimos, y con seguridad lo único que podríamos aprender es que lo mejor es olvidar, porque otro virus más letal y cruel puede surgir sin que sepamos ni su dirección, padre y madre si la tiene. 

Así que nos guste o no olvidemos cómo se van, cómo se fueron miles. Recordemos mejor cómo llegaron a nuestras vidas, cómo llegamos a las suyas. Recordemos que recordamos su recuerdo, sus risas, sus palabras y que un día simplemente no dijeron: “ya no está… aunque siempre estará”.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta