LAGUNA DE VOCES

Cuestión de escenarios

Desde que uno se asoma a la calle algo nos confirma que nada ha cambiado a partir del momento en que decidimos asegurar puertas, ventanas y cualquier rendija que diera al exterior. Es peor que un gas letal utilizado en las guerras porque el virus se asegura de atacar a traición cuando ha surgido una absurda seguridad de que el número de enfermos ya no crecerá, y además nadie aguanta tanto tiempo metido en el espanto. Nos vemos de pronto como en el ayer de pronto tan sobrevalorado, como si hubiera sido el paraíso, el lugar donde todos éramos mejores personas. Al contrario, pero nadie renuncia a su realidad por muy miserable que fuera.

La Nochebuena no resultó lo que esperamos, la Navidad tampoco, porque con todo y que hurgamos en el baúl de los recuerdos la mejor manera de hacer renacer la alegría del corazón, descubrimos que, aquí sí, reunirnos por lo menos una vez al año con los hermanos, es una forma de asegurarnos que si en una de esas el año entrante nos agarra desprevenidos y decide llevarnos a otro mundo, llevaremos la despedida que por adelantado dimos en las festividades de fin de año.

Pero ahora ni eso. Además de que a estas alturas de la edad pocos o ninguno se manda solito, y menos si el miedo despierta la vocación protectora de los hijos, luego entonces ninguno aceptó la invitación para la cena navideña con todo y las medidas de sana distancia que por supuesto se prometieron aplicar. Y vieran que la razón asiste a todos, porque si en estos momentos las alarmas se encendieron fue porque las muchas o pocas reuniones convocadas por necios melancólicos, dieron como resultado un contagiadero de los mil demonios.

Así que mejor en la sana distancia que día con día crece, y la certeza de que cuando todo esto termine no solo seremos más viejos sino más huraños y desconfiados, con toda seguridad el planeta quedará habitado por miles de Scrooges del cuento de Dickens.

Añoramos la normalidad pasada, vemos con enojo la nueva normalidad, pero la verdad es que son muchos los que se empiezan a preguntar si no se está mejor así, con un distanciamiento cada vez más distante de todo, que además viéndolo bien de todos los que antes veíamos en un restaurante, un bar, un cine, casi no conocíamos a nadie, y por lo tanto nadie tampoco nos conocía. Es decir que gustábamos de los escenarios que entre más gente desconocida y desinteresada en nosotros, resultaba algo así como una protección contra la soledad que cargábamos a cuestas.

Sin embargo, extrañamos ese mundo tan extraño.

Atribuimos al acto de reiniciar la maquinaria de la normalidad cualidades mágicas, al grado que pensamos que despertaremos, regresaremos a la vida de la noche a la mañana si de pronto podemos ver de nuevo la plaza comercial llena, con personas sin tapabocas, con compradores despreocupados y sin preguntar uno a otro cuántos difuntos hay en su entorno.

Extrañamos el escenario en que nacimos, crecimos y algún día deseamos que sea dentro de mucho tiempo, nos despediremos para ir en busca de otro, tal vez más pleno de luz, de cielos donde podamos caminar sin miedo a desbarrancarse.

Pero en tanto todo eso pasa, es decir que las escenografías sean levantadas de nueva cuenta, los actores también, seguiremos aquí, atrás del mostrador, de la vida o de lo que llamábamos vida.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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